Este 15 de septiembre se conmemora el Día Mundial de Concientización sobre Linfoma. La inflamación de un ganglio en general responde a procesos infecciosos comunes, pero también representa el principal síntoma de este cáncer hematológico.
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El último reporte del Observatorio Global del Cáncer (Globocan) reporta que en el Perú se han registrado 1465 fallecimientos a causa del linfoma tipo no Hodgkin y 140 por linfoma tipo Hodgkin. La edad de presentación también se asocia al tipo de la enfermedad, mientras que el linfoma de Hodgkin afecta principalmente a gente más joven, entre los 20 y 40 años, el linfoma No Hodgkin suele desarrollarse en torno a los 60 años.
Existen alrededor de 50 tipos de linfomas y la clasificación más común es el de Hodgkin y el no-Hodgkin (que se divide a su vez en linfoma no-Hodgkin de células B o de células T). Estos tipos de linfomas son diferentes en cuanto a cómo se comportan, se propagan y responden al tratamiento.
El linfoma es el cáncer hematológico más frecuente y puede originarse en los ganglios, el bazo, la médula ósea y eventualmente cualquier órgano del cuerpo.
Alrededor de dos tercios de los casos son ganglionares, pero hasta un tercio pueden afectar sitios extraganglionares, como el estómago, la piel, los huesos, el hígado y el sistema nervioso, entre otros”, explica el doctor Raimundo Gazitúa, Subdirector Médico de Hematología Oncológica del Instituto Oncológico FALP.
PRINCIPALES SÍNTOMAS
- Pérdida de peso.
- Fiebre.
- Sudores nocturnos profundos.
- Hinchazón de los ganglios linfáticos en el cuello, las axilas o la ingle.
El doctor Gazitúa señala que es probable confundir el linfoma con cuadros infecciosos o infecciones por virus, bacterias, u otros gérmenes, porque aparecen ganglios en el cuello, en las axilas, en la ingle y otros sitios. Sin embargo, un ganglio de aspecto tumoral suele ser más grande, indoloro, duro y muchas veces no se mueve al tocarlo. Además, hay ciertas ubicaciones anatómicas que hacen sospechar que los ganglios son malignos, como arriba de la clavícula.
El tratamiento, puede ser variado: fármacos citotóxicos o quimioterapias que atacan directamente el ADN para evitar la reproducción de las células cancerosas; anticuerpos específicos; la combinación de ambos o quimioinmunoterapia; radioterapia en ciertos casos, y la posibilidad de realizar un trasplante de médula si lo anterior no consigue la curación de la enfermedad.
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