Pese a que el metaverso suena a ciencia ficción, se puede convertir en una realidad y es necesario crear reglas para la convivencia digital.
Las grandes tecnológicas, con Facebook y Microsoft a la cabeza, se han lanzado a la conquista del metaverso, descrito por el diccionario Merriam Webster como “un mundo virtual altamente inmersivo donde la gente se reúne para socializar, jugar y trabajar”.
El metaverso no es un concepto nuevo. Fue propuesto inicialmente por Neal Stephenson en su novela de ciencia ficción Snow Crash, donde humanos y avatares interactúan en un entorno virtual. También puede recordar a Second Life, un mundo paralelo originalmente poblado por avatares primarios, donde IE University abrió un auditorio, situado en un paraíso tropical virtual, en el que la mayoría de los usuarios optaban por el anonimato.
Predicciones que no se cumplen
Las predicciones de que Second Life revolucionaría el mundo de la educación y las relaciones sociales nunca se cumplieron. En mi carrera como educador he sido testigo de profecías similares sin cumplir, de tsunamis que arrasarían el mundo tradicional de la educación universitaria. El impacto de Second Life en la educación fue mínimo, aunque sirvió para encender la imaginación, al tiempo que impulsó el uso de simulaciones, gamificación y realidad aumentada (RA) en el entorno educativo. Podemos hablar más propiamente de disrupción que se opera a lo largo del tiempo, más que de cambios drásticos o revolucionarios.
En cuanto a las relaciones personales, los portales de citas han demostrado ser un remedio más inmediato para encontrar pareja y, si bien algunos perfiles no se ajustan completamente a la realidad, son más creíbles que los avatares.
En tono similarmente augural, Marc Zuckerberg ha anunciado que el futuro de Facebook se orientará al desarrollo de su propio universo virtual y que cambiará el nombre corporativo por el de Meta Platforms:
“Espero que la gente deje de vernos principalmente como una empresa de redes sociales, para vernos como una empresa metaversa”.
Para Zuckerberg, el metaverso es “un entorno virtual en el que puedes estar presente con personas en espacios digitales, (…) una especie de internet físico donde vives la experiencia desde dentro en vez de mirar únicamente. Creemos que este será el sucesor del Internet móvil”.
Se ha especulado sobre si el anuncio de Zuckerberg es simplemente una huida hacia adelante, frente a la creciente hostilidad de los reguladores y la menguante popularidad entre los jóvenes. Además, me pregunto si el nombre genérico “Meta” podría ser registrado, o si existirían problemas con otras empresas que ostentan esa denominación.
Metaverso empresarial
Con todo, es relevante afirmar que no todas las redes sociales son iguales, ni han experimentado los problemas de Facebook. LinkedIn, por ejemplo, se ha consolidado como una plataforma que garantiza la privacidad de los datos, respaldada por sólidos mecanismos de protección y seguridad.
En cualquier caso, Facebook no es el único que ve el potencial social y empresarial del metaverso. El CEO de Microsoft, Satya Nadella, ha hablado recientemente sobre un “metaverso empresarial” formado por réplicas digitales, entornos simulados y realidad mixta:
“Con el metaverso, el mundo entero se convierte en el lienzo de tu aplicación”.
El metaverso resulta enormemente atractivo: poder vivir diversas vidas o adoptar personalidades alternativas, sin los riesgos a los que nos enfrentaríamos en el mundo real. Imagínese, por ejemplo, poder embarcarse en el primer viaje del metaverso Titanic y que se le asigne el papel de capitán, o quizás el de armador del barco.
En esa aventura, interactuaría con otros pasajeros, algunos de cuyos perfiles conocemos. Aunque conociéramos el curso de los eventos pasados, quizás habría múltiples incertidumbres y otros factores que no seríamos capaces de prever. Podríamos cambiar el destino final del transatlántico o disminuir la pérdida de vidas. No obstante, también podríamos generar un resultado más catastrófico. Sin duda, sería una buena prueba de liderazgo y una lección sobre evaluación de riesgos.
El metaverso nos permitiría vivir todo tipo de aventuras, recreando lo que decía una de las películas de la saga de James Bond: vivir dos veces, una para nosotros y otra para satisfacer nuestros sueños o canalizar aspiraciones. La vida en el metaverso podría proporcionar una experiencia más profunda y envolvente que incluso los videojuegos o las películas.
Al mismo tiempo, el metaverso tiene un enorme potencial en el mundo educativo, ofreciendo un entorno donde el aprendizaje podría ser más personalizado, ajustado a los gustos y aficiones de los estudiantes, a su ritmo de estudio, más entretenido y quizás con mejores resultados en la adquisición de conocimientos, el conocimiento individual y el ejercicio de determinadas habilidades interpersonales. Piense, por ejemplo, en un ejercicio de roles, con avatares asignados al azar en función de diferentes identidades u orientaciones sexuales.
Imagine que en la vida real es un hombre de 55 años y le asignan el avatar de una mujer de 22 años, que es acosada por su jefe, situación que toleran sus compañeros. Este acoso también tendría consecuencias para la estabilidad emocional de su avatar, lo que significa que no podría simplemente inhibirse por tratarse de una simulación, porque luego tendría que justificar en clase si ha operado de la mejor manera.
El metaverso también podría permitirnos simular experimentos políticos, que de otro modo serían inviables o indeseables. Por ejemplo, la democracia directa, que nos permitiría evaluar si estas decisiones colectivas generarían los mejores resultados, si los usuarios tienen suficiente información, si los criterios para votar son justificables y si existen disfunciones indeseables similares a las del mundo real. Al desarrollar este ejercicio, probablemente nos daríamos cuenta de que la democracia representativa es el mejor sistema posible, con elementos lúdicos similares a los de un mundo virtual.
Cómo potenciar la creatividad y la innovación
Para mí, la característica más atractiva del metaverso es cómo potencia la creatividad y la innovación, y al generar más opciones, aumenta nuestro espacio de libertad individual. Como hemos visto, su aplicación a múltiples facetas de la vida social es ilimitada: educación, relaciones personales, actividades comerciales y el trabajo.
No obstante, los límites del multiverso reflejan los de la gamificación: simplifica la realidad; los directivos y otros profesionales se mueven en un mundo mucho más complejo. También es probable que detrás de los algoritmos que configuran el metaverso haya una estricta relación lineal entre causas y efectos que, si bien es útil para comprender el significado de un concepto o modelo en particular, no son un reflejo fiel de los complejos matices del mundo empresarial, donde la aplicación de modelos y sistemas es limitada.
Además, se han señalado los sesgos cognitivos detrás de muchos algoritmos aplicados en plataformas similares, incluidos los prejuicios xenófobos o sexistas.
Los riesgos del metaverso han sido destacados por varios analistas como Kyle Chayka, y se centran en gran medida en la falta de transparencia, honestidad y responsabilidad de las personas detrás de los avatares que lo habitarán. No se trata de un entorno meramente lúdico o neutral.
En la medida en que el metaverso tenga algún vínculo con el mundo real, por ejemplo con el sistema financiero a través de las criptomonedas, podría haber un impacto incalculable en la vida de las instituciones sociales. Lo mismo sucedería con las actividades que empresas, organizaciones o particulares pudieran desarrollar en ese entorno: ¿se podría responsabilizar a un avatar por actos que en un entorno físico serían considerados fraudes?
Qué pensaría Thomas Hobbes de todo esto
El filósofo inglés del siglo XVII Thomas Hobbes vivió un período particularmente convulso en la historia de su país, siendo testigo de las consecuencias de una gobernanza débil, que desencadenó una guerra civil, lo que lo llevó a proponer que la mejor garantía de paz social es ubicar el monopolio de la fuerza en el estado. Si el poder, y consecuentemente el uso de la fuerza para preservarlo, se diluye y no existen instituciones ni un estado de derecho que garantice cómo usarlo, la sociedad eventualmente se convierte en una guerra de todos contra todos. En esta circunstancia, explica Hobbes, “homo homini lupus”, el hombre se convierte en lobo para el hombre.
Pienso que Hobbes relacionaría el metaverso con el estado de naturaleza, carente de gobierno, de reglas o principios, en el que el poder de todos los operadores genera una convulsión semejante a la confrontación civil. Por eso sería aconsejable pensar en cuál sería el gobierno deseable de este nuevo mundo, qué instituciones serían necesarias, qué prácticas actuales serían replicables.
No nos engañemos: confiar en que la autorregulación supla la ausencia de un poder formal constituido es una quimera, o falacia malévola. Como explicaba Hobbes, el poder político es el depositario del contrato social, ese acuerdo de los individuos de una comunidad sobre las formas de vida que les rigen, sus derechos y deberes. El contrato social no funciona en una sociedad acéfala y anárquica.
Tengo curiosidad por lo que sucedería si nuestros avatares tuvieran más éxito que nosotros mismos. Estaríamos ante un Cyrano alternativo que termina al revés de la historia original, donde Roxanne se enamora realmente del avatar. Sin embargo, creo poco plausible esta historia. El mundo postpandemia ha fortalecido nuestra querencia por el mundo físico, real, en la educación, en el trabajo y en las relaciones sociales, incluso entre los miembros de las generaciones más jóvenes, que son nativos digitales. Por eso pienso que el ganador de la contienda con su eventual avatar sería Cyrano.
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en LinkedIn.
Santiago Iñiguez de Onzoño, Presidente IE University, IE University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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