La manera como llega a su fin el mandato de Ricardo Gareca en la selección nacional de fútbol se parece demasiado a lo que nos sucede en otros dominios de la vida pública.
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La manera como llega a su fin el mandato de Ricardo Gareca en la selección nacional de fútbol se parece demasiado a lo que nos sucede en otros dominios de la vida pública. Aparece una figura carismática que ejerce autoridad ante los jugadores, los resultados despiertan optimismo, nos ponemos a soñar con grandes satisfacciones, pero no hacemos reformas y un buen día despertamos a la cruda realidad de la eliminación. Terminan siete años de idilio con el amargo sabor de las cosas dichas a medias.
Otros entrenadores extranjeros, como Tim y Markarian, también se fueron murmurando con excesivo cuidado que nuestra vida deportiva carece de institucionalidad y que el perfil del jugador peruano no corresponde a las exigencias de la competitividad contemporánea. Por eso nos gusta mistificar a las grandes figuras del pasado, ajenas a la profesionalización y en algunos casos a la disciplina. A la Federación se le pueden hacer los mismos reproches que a la mayoría de los ministerios de Pedro Castillo: autoridades cuestionadas, falta de plan, escasa transparencia y nulo sentido de la meritocracia. Aceptamos la derrota ante Australia sin hacer un balance ni mostrar capacidad de autocrítica.
Preferimos sacralizar la figura del “Tigre”, recordar algunas de sus frases emblemáticas (“Pensá, pensá”) y proclamarlo el mejor entrenador de la historia de nuestra selección. Es cierto que en siete años Gareca “hizo mucho con muy poco”. La prueba es que a veces los once jugadores titulares provenían de campeonatos de otros países. Y ni siquiera sabemos con precisión qué ha llevado al fracaso de las conversaciones entre Gareca y el presidente de la Federación. Mientras nuestro campeonato nacional siga siendo de tan bajo nivel y el Estado deje de invertir en niños, jóvenes e infraestructura, nos veremos obligados a hacer cada cuatro años exámenes de conciencia piadosos sin el menor propósito de enmienda.
Las cosas como son
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