Seguridad ciudadana y el mercado de celulares, por Fernando Carvallo [COLUMNA]

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La delincuencia común y la delincuencia organizada se expresan en una gran variedad de modalidades, que van desde el narcotráfico, el sicariato y la corrupción, hasta el raqueteo en las calles y el robo de celulares. Lo que todas las variantes de la delincuencia tienen en común es el grave perjuicio que causan a los ciudadanos que temen por su patrimonio y sus vidas, pero también por la vida de sus hijos y allegados. Sucesivas encuestas han puesto en evidencia que la inseguridad se ha convertido en el tema principal de malestar ciudadano. Es, en efecto, insoportable vivir con la angustia de lo que pueda pasar a niños y jóvenes que van a las escuelas, a adultos que pueden verse víctimas de la violencia de bandas que los rastrean y a personas de la tercera edad, para las que defenderse aumenta el riesgo de perder la vida. Según fuentes de la Policía, el número de denuncias por extorsión ha aumentado en 800%, hasta superar los 15,000 casos durante el año pasado. La extorsión se lleva a cabo usando teléfonos celulares que suelen ser robados o funcionar con chips vendidos en las calles sin garantías sobre la identidad del comprador. El organismo regulador OSIPTEL calcula que cada día se roban en el Perú más de 7,000 celulares. En muchos casos las llamadas siguen produciéndose desde el interior de las cárceles, sin que el INPE haya logrado bloquear el uso de celulares. El exministro del Interior Rubén Vargas destaca en El Comercio que la herramienta más frecuente de la delincuencia es el teléfono celular y que no hemos logrado hasta ahora aplicar medidas eficaces contra su robo, ni contra su venta informal. Tecnológicamente se puede impedir el funcionamiento de un celular o un chip robados. ¿Por qué no se hace? La retórica de los grandes planes de seguridad ciudadana se estrella aquí contra una decisión simple, que ya ha sido tomada por la mayoría de los países.

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