Lima bajo alerta roja, por Fernando Carvallo [COLUMNA]

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Los ciclos de la naturaleza no coinciden con nuestros ciclos políticos, la alteración de autoridades y en muchos casos la persistencia de vicios como la corrupción, la irresponsabilidad y la mentira.

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Cuando amanece un día como hoy, miércoles 15, es inevitable imaginar la noche que han vivido muchos de nuestros compatriotas. En días pasados nuestra atención estaba dirigida a las regiones del Norte, a poblaciones aisladas por las inundaciones, casas destruidas, carreteras cortadas por el agua y miles de hectáreas de cultivo inundadas. Pero bastó que el ciclón Yaku se desplazara hacia el suroeste, para que el centro de las desgracias se ubicara en nuestra capital y sus alrededores. Los ochenta kilómetros de la costa de Lima Metropolitana, entre Ancón y Punta Hermosa, han sido escenario del más simple de los fenómenos naturales: la aparición súbita de corrientes de agua que de un minuto a otro nos recuerdan que habían barrios y asentamientos humanos construidos en viejas quebradas que al cabo de años o décadas vuelven a activarse. Los ríos Rímac, Chillón y Santa Eulalia, así como la quebrada Huaycoloro nos han obligado a asumir la vulnerabilidad de toda vida humana. Los ciclos de la naturaleza no coinciden con nuestros ciclos políticos, la alteración de autoridades y en muchos casos la persistencia de vicios como la corrupción, la irresponsabilidad y la mentira. No olvidaremos a ribereños del Rímac en el malecón Checa o habitantes de Alto Perú en Chosica, intentando evitar lo peor, que el agua reduzca a escombros el patrimonio forjado a lo largo de una o más generaciones. La mezquindad política, el abuso de puestos públicos y el aprovechamiento de la desgracia de los demás adquieren su aspecto más despreciable. Se nos dice que el Estado peruano cuenta con dinero para hacer frente a los efectos del actual fenómeno climático. Necesitamos también que las autoridades diseñen políticas de prevención y adaptación al calentamiento global, que sean capaces de dejar de lado sus pequeñas carreras y ponerse en la situación que vivieron por ejemplo habitantes de Comas o Puente Piedra, obligados a vérselas con la crecida del Chillón y cruzar un puente peatonal autoconstruido que amenazaba con desplomarse. Esperemos que, como en otros casos, las desgracias comunes nos lleven a redescubrir los valores de la solidaridad y el servicio público.

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