La inevitable tercera ola, por Fernando Carvallo [COLUMNA]

Varias personas hacen fila para realizarse pruebas para detectar la COVID-19 en medio de la tercera ola de la COVID-19 en el Perú. | Fuente: EFE

Algún día consideraremos normal que los no vacunados no puedan entrar a lugares cerrados, de la misma manera que no pueden hacerlo los que se niegan a renunciar a fumar. A todos, la pandemia nos exige un nuevo esfuerzo de disciplina y paciencia.

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Durante los últimos meses estábamos acostumbrándonos a observar las cifras de contagios y muertos en otros países, mientras que en el nuestro comenzábamos a enorgullecernos del avance extraordinario de la vacunación. Pese a que comenzamos tarde y en medio de querellas y sobresaltos, más de ochenta por ciento de la población objetivo ha recibido dos dosis. Y nos pusimos a soñar que por alguna razón que nadie podía explicarnos ya no sufriríamos otro período de contagios exponenciales y de amenaza a nuestro sistema hospitalario y su admirable personal sanitario. Y sin embargo no. El virus se las ingenió para producir muy lejos de nosotros una nueva variante que llegó rápidamente a nuestro país y desplazó a la variantes anteriores para interferir en todos las circunstancias de nuestra vida social y sembrar la inquietud en todas las regiones del país. El Consejo de ministros ha oficializado ayer que nos hallamos en plena tercera ola y en consecuencia ha adoptado decisiones que se traducen en más restricciones. En las regiones de alto riesgo, como Lima metropolitana, el toque de queda pasará a ser a las once de la noche y los aforos se reducirán en los centros comerciales, los restaurantes, las salas de espectáculos y los lugares de culto. Gracias al alto porcentaje de vacunados y probablemente a la historia natural del virus, la tasa de mortalidad es por lo menos hasta ahora muy inferior a las de variantes anteriores. La minoría recalcitrante que se niega a vacunarse constituye un desafío a nuestra gestión de la pandemia. Algún día consideraremos normal que los no vacunados no puedan entrar a lugares cerrados, de la misma manera que no pueden hacerlo los que se niegan a renunciar a fumar. A todos, la pandemia nos exige un nuevo esfuerzo de disciplina y paciencia. Y hasta quizás podamos salir de esta mala experiencia orgullosos de haber aprendido a hacer bien algunas cosas.

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