Tres años después de la aparición de los primeros casos de coronavirus en Wuhan, China enfrenta un incremento repentino de pacientes.
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En China, en hospitales desbordados por la peor ola de COVID-19 de la historia del país, los médicos contagiados trabajan sin descanso para curar a los ancianos.
Tres años después de la aparición de los primeros casos de coronavirus en Wuhan (centro), el país enfrenta un incremento repentino de pacientes desde que, a principios de diciembre, se levantaron la mayoría de las restricciones sanitarias.
Las autoridades han llegado a admitir que ahora es "imposible" determinar el alcance de la epidemia, ya que los test de detección han dejado de ser obligatorios y los datos son parciales.
En poco tiempo, el sistema sanitario se ha visto desbordado, las farmacias se han apresurado a abastecerse de medicamentos contra la fiebre y los crematorios tienen dificultades por la afluencia de cadáveres.
En el hospital de Nankai, en la ciudad portuaria de Tianjin (norte), a 140 kilómetros de Pekín, la AFP contabilizó unos 20 pacientes ancianos en camillas en la sala de urgencias.
La mayoría de ellos recibían medicación por vía intravenosa, mientras que otros presentaban dificultades respiratorias. Algunos parecían estar en parte o totalmente inconscientes.
"Todos tienen covid", declaró un médico a la AFP, mientras uno de sus colegas se lamentaba de la falta de camas disponibles.
Los servicios de urgencias están más abarrotados de lo habitual "debido a la epidemia", afirmó otro médico, que, pese a haber dado positivo por coronavirus, tuvo que seguir trabajando, como "casi todos" los demás equipos médicos.
A pesar de la importante oleada de infecciones, las autoridades sanitarias chinas dejaron de publicar diariamente las cifras de COVID-19.
Además, el gobierno puso fin a los test generalizados y decidió cambiar la definición de muerte por coronavirus.
En un departamento específico para pacientes con fiebre, médicos con trajes protectores integrales trataban de atender a unos treinta pacientes al mismo tiempo, la mayoría personas mayores.
Desde su cama, una señora gemía. "Intente no moverse demasiado", le susurró un hombre.
"Cuatro horas de espera"
En un hospital cercano, la AFP vio cómo evacuaban a una persona muerta de una sala. Otras 25 personas, también de edad avanzada, yacían en camas improvisadas en los estrechos pasillos de la sala de urgencias.
Entre ellos había pacientes alimentados con suero o que permanecían inertes. Pero también los había tiritando, a pesar de sus gorros de lana y sus gruesas mantas. Algunos, con mascarilla, tosían.
En la sala de cuidados intensivos, un grupo de médicos se arremolinaba en torno a un paciente anciano, conectado a máquinas que miden los signos vitales.
En el exterior, los guardias de seguridad se encargaban de que la espera transcurriese en calma.
Un empleado del hospital confirmó a la AFP que la mayoría de los pacientes ingresados en urgencias desarrollan complicaciones derivadas del COVID-19.
En un rincón, un hombre le aplicaba un algodón empapado en agua a los labios resecos de una anciana tumbada en una camilla y que respiraba con dificultad.
En medio del flujo constante de ambulancias, un hombre, también viejo y que afirmaba haber dado positivo al COVID-19, se acercó a la entrada del hospital.
"Hay cuatro horas de espera para ver a un médico", le dijo un cuidador, que calculó que ya había unas "300 personas" esperando a ser atendidas.
Estas escenas distan mucho de ser casos aislados.
La AFP fue testigo de situaciones similares en Shanghái, la capital económica, pero también en Chongqing, una enorme metrópolis del suroeste de China donde la afluencia de pacientes también está poniendo a prueba el sistema sanitario.
AFP
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