Un atentado contra los Juegos Olímpicos ofrecería sin duda el tipo de impacto global que muy pocos objetivos podrían proporcionar. Pero queda la cuestión de si el Estado Islámico querría dedicar los recursos necesarios para llevarlo a cabo.
En los últimos meses, el Estado Islámico ha intensificado sus llamamientos a atacar acontecimientos deportivos en Europa. Los gobiernos están cada vez más preocupados por la amenaza concreta que el grupo terrorista supone para los próximos Juegos Olímpicos y Paralímpicos de París.
Pero ¿hasta qué punto debemos estar preocupados? Aunque las respuestas definitivas sobre los peligros que se plantean son difíciles de obtener, hay tres factores importantes a tener en cuenta: la intención, la capacidad y la oportunidad.
Intención
Un atentado contra los Juegos Olímpicos ofrecería sin duda el tipo de impacto global que muy pocos objetivos podrían proporcionar. Pero queda la cuestión de si el Estado Islámico querría dedicar los recursos necesarios para llevarlo a cabo.
En la actualidad, la filial del Estado Islámico con mayor propensión a cometer atentados transnacionales es Estado Islámico-Provincia de Jorasán (IS-KP), con sede en Afganistán, que estuvo detrás de la reciente masacre en la sala de conciertos de Moscú en la que murieron más de 140 personas.
También se ha producido un aumento de complots terroristas islamistas extremistas en Europa desde el estallido de la guerra de Gaza en octubre de 2023, varios de ellos con aparentes conexiones con IS-KP. Uno de estos atentados iba dirigido contra aficionados suecos en un estadio de fútbol de Bruselas.
Algunas declaraciones recientes del Estado Islámico han recordado la masacre de París de 2015, en la que murieron 130 personas. El grupo ha llamado a sus seguidores a “recrear la gloria del asalto de París 2015 y someter a los cruzados en masa”.
Pero aunque el IS-KP es la filial del Estado Islámico más centrada en Occidente, da prioridad a atentar contra regímenes locales en Afganistán, Pakistán, países de Asia central como Tayikistán, Uzbekistán y Kirguistán, y potencias regionales como Irán, Rusia y China.
Además, el Estado Islámico no se encuentra en la misma posición que en 2014 y 2015. Entonces, la expansión territorial del grupo en Siria e Irak se vio obstaculizada por una coalición militar liderada por Occidente, lo que le llevó a tratar los atentados en Europa como una de sus máximas prioridades.
Esto plantea la cuestión de si el Estado Islámico podría tratar de generar pánico en torno a los Juegos Olímpicos como parte de una estrategia más amplia para agotar a sus oponentes.
Existe un largo historial de movimientos extremistas islamistas que articulan abiertamente una estrategia para agotar los recursos de los gobiernos occidentales induciendo medidas de seguridad exorbitantes para evitar posibles atentados.
En 2010, por ejemplo, Al Qaeda colocó dos impresoras bomba en un avión de carga en un complot denominado “Operación Hemorragia”. Aunque fracasó, el grupo afirmó que sólo costó unos 4 200 dólares llevarla a cabo, pero obligó a Estados Unidos a gastar miles de millones en mejoras de la seguridad de las aerolíneas.
El Estado Islámico podría decidirse por una estrategia similar en torno a los Juegos Olímpicos de París, dado que tanto la provocación como el desgaste de recursos son estrategias terroristas habituales.
Capacidad
También existen dudas sobre si el Estado Islámico tiene capacidad para organizar directamente un atentado contra los Juegos Olímpicos.
El IS-KP ha demostrado su capacidad para llevar a cabo complejos atentados terroristas transnacionales, como el atentado suicida contra un mitin político en Pakistán en julio de 2023, un doble atentado suicida en Irán en enero de 2024 y el tiroteo masivo en la sala de conciertos de Rusia en marzo.
Sin embargo, tampoco hay que exagerar las capacidades del IS-KP. En Afganistán, el movimiento puede haberse debilitado desde la retirada militar estadounidense en 2021 y la vuelta de los talibanes al poder. Los atentados reivindicados por el grupo en Afganistán disminuyeron más de un 90 % en dos años: de 293 atentados en 2021 a 145 en 2022 y sólo 20 en 2023.
Esto ayuda a explicar por qué el IS-KP ha desplazado su centro de atención al extranjero en los últimos años. Esto también concuerda con investigaciones que muestran que las organizaciones insurgentes más débiles son más propensas a participar en actos terroristas transnacionales. Su objetivo suele ser compensar las pérdidas locales ampliando su lucha y demostrando determinación.
Así pues, las capacidades actuales del IS-KP siguen sin estar claras. A pesar de los atentados en Rusia e Irán, sigue siendo incierto si podría lanzar un ataque a gran escala en Europa cuando las autoridades están en alerta máxima.
Oportunidad
Por último, cabe preguntarse si los Juegos Olímpicos se percibirían como una oportunidad prometedora para un atentado.
La propaganda extremista islamista lleva mucho tiempo haciendo hincapié en el potencial de los eventos deportivos como objetivos. En 2012, la revista Inspire de Al Qaeda describió “estadios deportivos abarrotados” como objetivos “muy fáciles”. Un número de Inspire de 2014 recomendaba igualmente atacar acontecimientos deportivos con “multitudes densas”, “visitados por […] personas de alto perfil”, lo que garantiza una cobertura mediática mundial.
Así pues, los partidarios del Estado Islámico en Europa –actuando solos o en pequeños grupos– podrían ver en los Juegos Olímpicos una buena oportunidad, con o sin apoyo directo de afiliados como el IS-KP. Las autoridades francesas detuvieron recientemente a un adolescente que planeaba un atentado de este tipo “inspirado por el Estado Islámico”.
Aun así, las oportunidades de atentar en megaeventos deportivos han disminuido enormemente en los últimos años debido a los procedimientos de seguridad cada vez más amplios que han establecido los organizadores.
Según un informe de investigación de 2014, los Juegos Olímpicos, en particular, “ofrecen una visión de la planificación de seguridad más meticulosa fuera de la guerra”. En la actualidad, los anfitriones olímpicos adoptan habitualmente medidas excepcionales para mantener la seguridad de sus juegos, incluida la vigilancia de alta tecnología, la recopilación de información de inteligencia, la asignación extraordinaria de personal y el uso de fuerzas militares para proteger las sedes.
Francia, por ejemplo, al parecer tiene previsto desplegar unos 45 000 policías y fuerzas de seguridad, 20 000 miembros de seguridad privada y unos 15 000 militares cada día para proteger el evento.
Estos dispositivos excepcionales de seguridad y vigilancia suelen permanecer mucho tiempo después del acontecimiento y se normalizan. Esto plantea cuestiones críticas sobre el coste económico y para las libertades civiles de mantener la seguridad de los Juegos Olímpicos, y sobre si este “impuesto al terrorismo” podría entrar en la estrategia de los grupos para sembrar el miedo y obligar a los gobiernos a gastar exorbitantemente en medidas de seguridad.
Sin embargo, es intrínsecamente difícil saber qué puede percibir un grupo terrorista como una oportunidad.
Por ejemplo, el Estado Islámico podría decidir atentar contra un objetivo más blando en Francia o en cualquier otro lugar de Europa durante los Juegos Olímpicos, viendo más oportunidad de generar publicidad por el momento que por el lugar. Australia experimentó un complot de este tipo durante los Juegos Olímpicos de Sydney de 2000.
Esto también plantea la cuestión de quién más podría ver en las Olimpiadas una oportunidad para el terror. Como muestra la investigación histórica, las amenazas a los Juegos Olímpicos no se limitan a grupos importantes como el Estado Islámico. El atentado contra los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996 perpetrado por el terrorista nacional estadounidense Eric Rudolph es un buen ejemplo.
Individuos o grupos similares con motivaciones diversas también podrían tener intenciones dañinas en Francia el próximo mes, aunque con una capacidad de violencia quizá limitada.
Andrew Zammit, Postdoctoral research fellow, terrorism and security, Victoria University and Ramon Spaaij, Professor, Institute for Health and Sport, Victoria University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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