En una nueva edición a cargo del sello Seix Barral, que conmemora los 15 años de “Abril rojo”, Santiago Roncagliolo conversó con RPP Noticias sobre la conexión entre su novela y la actualidad, entre otros temas.
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Han pasado 16 años desde que el fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana hiciera su aparición en la literatura peruana. Aquel 2006, el protagonista de “Abril rojo” entró por la puerta grande del mercado editorial, presto a captar una numerosa legión de lectores, gracias a que su historia hizo que su autor, Santiago Roncagliolo, accediera al Premio Alfaguara.
“Muchos no se han dado cuenta de que este no es un libro viejo”, dijo un tanto divertido el escritor peruano en entrevista con RPP Noticias. “Muchos creen que es una nueva novela y me alegra. No me gustaría hacer toda la vida la misma novela. Me interesa arriesgarme, que cada libro sea un viaje, y lo he logrado”, agregó.
Y es que, más allá de roncar sobre sus laureles, Roncagliolo ha mantenido un ritmo de publicaciones que lo han llevado del thriller a la comedia, de la biografía al relato de viajes, entre otros géneros, a través de una obra prolífica que ha ido levantando sobre la base de la cultura popular, de la que se considera un gran deudor.
Con la salida de la edición conmemorativa de “Abril rojo” por sus 15 años, bajo el sello editorial Seix Barral, el autor afincado en Barcelona (España) aprovechó en repasar el diálogo que el libro que lo consagró internacionalmente mantiene con la actualidad, además de sus influencias, su burócrata protagonista, entre otros temas.
Philip Roth, antes de su retiro, contó que había releído toda su obra. Aunque no te veo haciendo el mismo ejercicio, ¿has vuelto a leer 'Abril rojo' después de todo este tiempo o rechazas de plano ese tipo de reencuentros?
Rechazo de plano ese tipo de reencuentro, pero como íbamos a volver a lanzar una edición conmemorativa de sus 15 años, con una editorial nueva, la volví a leer con pánico. No porque esté bien o mal, sino porque la persona que escribe tus viejos trabajos ya no eres tú. Y no siempre estás de acuerdo con quién eras hace 15 años. A menos que seas un completo imbécil y no evoluciones, y estés siempre de acuerdo contigo mismo durante tantos años. Evito encontrarme con el viejo yo. Muchas veces, si estoy obligado a volver a leerlo por razones de trabajo, me leo amargado y pienso que hay cosas que haría diferente. Pero en este caso, al ser una novela que no depende solo de mí, sino de un tema tan político y tan medular en el Perú y América Latina, hice ajustes. Sin embargo, mi sorpresa fue que el sentido del libro había cambiado por completo. Cuando sale, es un libro sobre el pasado, sobre la polarización extrema de comunistas y derechistas que había en los 90, pero en el 2006, creíamos que eso ya era el pasado. Ahora sale y los debates de los que habla son los mismos que había en 1992. Es el Perú el que ha retrocedido y ha vuelto a hacer actual esta novela. Y no solo el Perú, es global hoy en día, ocurre en la guerra entre Rusia y la OTAN, lo que ocurre con la extrema derecha e izquierda en Europa. Cuando sale este libro, pienso que es igual de moderno en otra manera. El tema ya no es el terrorismo, sino la guerra fría.
La reedición de la novela llega en un momento en el que pareciera que vivimos un 'revival' político propio de los 90. El terruqueo sigue siendo una práctica común. ¿A qué crees que se debe este retroceso en la vida política?
Bueno, al fracaso de la democracia peruana. Una democracia que se está autodestruyendo, no solamente por causa de los políticos, que ya hacen bastante, sino porque los peruanos no sabemos cuál es nuestro proyecto en común. Cuando hay total confusión y desconcierto en qué vamos a hacer, y nos dividimos, lo mismo hace la izquierda y la derecha. Considerar que todo es culpa del otro. Que cuando se acabe Castillo todo se arreglará. Es bien infantil, si te pones a pensarlo desde afuera. Las democracias juntan a gente que piensan diferente para ver cómo se pondrán de acuerdo para convivir. Y ese sueño, que existía en el año 2000, en el caso del Perú se ha derrumbado. El Perú ha dejado de pensar que puede tener un proyecto común. La mitad cree que el proyecto es acabar con la otra mitad, y viceversa.
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Más allá del reconocimiento internacional que te dio el libro, como escritor, ¿en qué medida crees que la composición de la novela cambió tu escritura?
No creo que cambiase mucho mi escritura. Fue una novela que me dio una gran exposición internacional cuando era nadie. Pero también me planteó el problema: qué vas a hacer ahora. Nadie te conocía y, de pronto, todo el mundo te conoce con un premio muy grande. Y eso significa que todos esperan que seas el mismo siempre y repitas la misma novela, lo cual es la negación de un artista. Corrí muchos riesgos después de eso. Empecé a explorar nuevos caminos, desarrollar nuevas ideas, y si he podido sacar esto [“Abril rojo”] 15 años después, es también porque sigo vivo. Me alegra decir que sigo teniendo una buena carrera 15 años después de esto. He podido sobrevivir al éxito. Creo que el exceso de éxito puede ser un problema, porque el mercado espera que repitas el mismo éxito. Y me interesaba como artista seguir arriesgándome, incluso fracasar, pero que esto sea un viaje, no una burocracia. No repetir el mismo procedimiento administrativo con cada libro, sino que cada libro fuese algo diferente. Y lo he conseguido y por eso me siento cómodo de sacar este libro y saber que no me estanqué en él.
El fiscal distrital adjunto Félix Chacaltana, por otro lado, se ha convertido en una especie de personaje emblemático. No solo de tu obra, sino de lo que vendría a representar el empleado público pegado a la letra. Es un rasgo que lo ridiculiza y al mismo tiempo lo ennoblece.
Me encanta que lo veas. Una vez llegué al aeropuerto de Lima y el funcionario que sella pasaportes miró mi pasaporte y me dijo: ‘Usted debe conocer al fiscal Chacaltana’. Y le dije: ‘En efecto, tenemos una relación’. Y me dijo: ‘El fiscal, sí que sabe cómo son las cosas’. Selló el pasaporte y me dejó pasar. Me parece que ese señor encontraba que había algo que yo tocaba involuntariamente por el hecho de haber sido yo empleado público. Que conectaba con algo que todo el mundo entiende, porque todos hemos lidiado con un empleado público, empezando por un empleado público. Y creo que hay algo que lo hace desesperante y a la vez tierno, que es el hecho de que quiere ser bueno. No es un burócrata por ser un pesado insoportable, es un burócrata porque no sabe cómo se es bueno en esta sociedad. Y le han dado un procedimiento y quiere repetirlo, porque sabe que esa es la manera de ser una persona correcta. Y creo que eso es algo que no solo ocurre en el Perú: he ido viendo a gente que se refleja en esto en todo América Latina. En la mayoría de países, si tú trabajas para el Estado, sabes posiblemente que tu jefe es un criminal, un hijo de p** o un corrupto. Posiblemente las tres cosas. Entonces lo que haces es plegarte al procedimiento, porque quieres ser una persona noble. Todo lo que odiamos de la burocracia tiene que ver con que el burócrata que odiamos está asegurándose de no ser un corrupto, un hijo de p** o un criminal. Y eso me parece que debería hablarnos del abismo entre el Estado y la gente, de cómo frecuentemente el Estado cumple procedimientos, trámites y procesos administrativos contrarios a las personas, porque nadie sabe qué es lo que sería bueno. Y esto es una regla moral y eso le pasa a Chacaltana. Está haciendo todo mal, pero trata de hacerlo bien.
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Has dicho que con "Abril rojo" solo querías escribir una novela de género, pero hay una tentativa por reformularlo cuando se desarrolla un retrato social. ¿Cómo modular ambas líneas para que los convencionalismos del thriller, en este caso, no devoren todo a su paso?
Es que nunca hice una gran diferencia entre alta cultura y cultura popular o alta literatura y literatura de género. Los cuarentones no salíamos, porque en los 80 te podían secuestrar, caer en una redada o una batida... en ese caos te quedabas en casa. Y en mi casa había muchos libros, tele y Betamax, que era lo más cercano a Netflix en esos años. Y esas historias eran mi ventana al mundo, la manera de ir más allá de mi casa y de las limitaciones. Entonces nunca hice una diferencia. Yo leía un García Márquez y luego veía una sitcom americana, y luego leía literatura popular como Agatha Christie y luego veía una película de Godard. Todo eso era lo que me mantenía en contacto con un mundo, me daba uno más amplio. Entonces a la hora de escribir incorporo todo lo que crecí consumiendo. Me interesa la efectividad de la cultura popular, porque la literatura latinoamericana era muy culta, particular o exótica, pero mi vida en los 80 se parecía más a la serie de Alfred Hitchcock, “La hora macabra”, las series de terror y los thrillers, que a “Cien años de soledad”. De manera que ambos lados de la cultura eran para mí importantes. Desde entonces, cuando escribo, me gusta que una novela no la puedas soltar, que tenga esa energía de la cultura popular para obligarte a pasar la página, pero a la vez que no se limite a un juego de descubrir al asesino, que implique la exploración en la historia de un país, en la psicología de los seres humanos, en la ambigüedad moral de todo conflicto, en el caso de “Abril rojo”. Trato de que mis libros junten lo que me gusta de la alta cultura y de la cultura popular a las que nunca vi como cosas muy separadas. Los periodistas me dicen de qué lado estoy y es una respuesta que nunca he sabido dar.
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Del "Sostiene Pereira" de Tabucchi a "La estrella distante" de Bolaño, entre otras influencias, es curioso que no se haya hablado lo suficiente sobre los vínculos que tiene el libro con el cine. Porque "Abril rojo" es una novela bastante visual, casi como un guion. ¿Las huellas de qué directores reconoces y de qué manera se alimenta del séptimo arte?
"Seven" de Fincher y "From Hell", una novela gráfica [de Alan Moore], pero primero vi la película. Sí, todo lo que hago bebe mucho de la cultura popular, porque precisamente en los 80, cuando la vida era un infierno, leía cosas cuyo protagonista era el lenguaje, que no tenían ni historia, como libros de Cabrera Infante o Carpentier. Pero si querías una historia, ibas al cine, donde habitabas un mundo diferente. Entonces crecí con esa fascinación por el cine. Y ahora en los últimos años he empezado a escribir guiones, porque todo lo audiovisual se ha vuelto más interesante de lo que era antes, y me he dado cuenta de que es como volver a casa. Claro, la televisión era demasiado básica y simple, comparada con una novela, pero hoy en día ya no es así. Las series pueden ser muy sofisticadas y estoy disfrutando mucho de volver ahí. Incluso en los 80 me interesaba mucho más las peripecias de los personajes que veía en el cine que el experimento con el lenguaje que encontraba en la literatura. Es natural que estén juntas en mi trabajo.
Me queda una impresión general: "Abril rojo" no es precisamente una novela de terror, sino sobre el terror en sus distintas formas, que van desde el social al psicológico. Y eso sí que es algo recurrente en tu obra.
Sí, porque crecí con terror. Crecí sabiendo que podía salir a la calle y que me maten, que podía haber una bomba que sacudiese mi edifico y las ventanas. El miedo para mí fue una experiencia muy cotidiana, como para todo peruano de los años 80. Todos sabíamos que el terror era parte de cómo vivíamos. Te vuelves un profesional del terror, sabes cómo producirlo porque lo has sentido. Esa es la emoción. Y el miedo me parece una emoción que con el tiempo se fue volviendo lo que caracteriza nuestra era. Europa tiene miedo, América Latina tiene miedo, EE.UU..... El hecho de que el mundo pueda venirse abajo se ha vuelto global. Esto me viene profesionalmente bien, porque conozco el miedo, crecí con él y ahora puedo trabajar con él.
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Por último, en Twitter sueles recomendar libros, y hay un autor peruano del que he notado que has sugerido más de un título: Miguel Gutiérrez. ¿Qué es lo que más te atrae de sus novelas?
Miguel Gutiérrez es nuestro Philip Roth. Es un autor que puede escribir toda la historia del país con una ambición y una honestidad que pocos autores pueden alcanzar. Creo que sus novelas del siglo XXI son tan buenas como las de Vargas Llosa. Pero Gutiérrez tenía un recelo contra el sistema literario. Al final fue malo para él, porque hizo que no pudiese darse a conocer como habría merecido. Y, sin embargo, es un novelista extraordinario. Siempre trato, quizás contra su voluntad, que sea más conocido, más leído, porque es un autor que te permite leer bien al Perú. Y puede servir mucho para dar a conocer los conflictos de nuestro país. Además, sus historias no son importantes porque sean ilegibles ni especialmente sesudas, sino que hablan de emociones muy reales, conflictos sociales muy presentes y patentes, y cada vez que puedo intento convencer a la gente de que lo lea más.
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“El fantasma de la ópera” (1910) es la más célebre de sus novelas, una historia de amor sutil y refinada que bordea el terror, sin caer en la truculencia o irrealidad. Todo un clásico que ha visto multitud de versiones en cine, teatro y musicales.
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