Mario Vargas Llosa es el primer autor que no ha escrito en lengua francesa se convierte en "inmortal" al ser aceptado en la Académie Française.
Alfaguara publicará el 23 de febrero el libro "Un bárbaro en París", una antología de ensayos y artículos escritos por Mario Vargas Llosa sobre la cultura francesa y que celebra su entrada a la Academia Francesa.
Es la primera vez que un autor que no ha escrito en lengua francesa se convierte en "inmortal" al ser aceptado en la Académie Française. La antología de ensayos y artículos incluye el discurso de ingreso pronunciado hoy por el autor al tomar posesión del sillón número 18 de la Academia Francesa.
"La literatura francesa fue la mejor y sigue siéndolo. La más osada, la más libre, [...] la que se insubordina a la actualidad, la que regula y administra los sueños de los seres vivos", comenta.
Los mitos literarios y el dinamismo intelectual en Francia sedujeron a Mario Vargas Llosa en los inicios de su carrera hasta el punto de que llegó a creer que sólo se convertiría en escritor si llegaba a París y lograba aclimatarse a un ambiente que concedía a las artes y al pensamiento un lugar privilegiado.
Las novelas de Dumas y Flaubert le abrieron la imaginación y lo inclinaron hacia el realismo, y las ideas de Sartre, Camus, Bataille, Aron y Revel le mostraron cómo debía ser un intelectual público.
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Según indica Carlos Granés en el prólogo de este libro, "su formación intelectual y cultural le dio la certeza de que cualquier escritor latinoamericano, incluso uno nacido en la provincia peruana (un bárbaro), podía participar en todos los asuntos políticos, culturales y sociales de su época si se nutría de sólidas tradiciones literarias y filosóficas. Buscando a Francia, Vargas Llosa encontró su país natal y el mundo entero".
La selección de escritos que conforman 'Un bárbaro en París', publicado por Alfaguara el 23 de febrero, da cuenta de esta devoción por la cultura francesa que ha conducido a Vargas Llosa a ser el primer autor de una lengua extranjera que recibe el más alto honor destinado a los escritores francófonos: convertirse en uno de los "inmortales". Por esta razón, el volumen se cierra con el discurso de ingreso en la Academia Francesa pronunciado por el autor en París.
A continuación, un extracto del prólogo de Carlos Granés:
"Cuando Octavio Paz dijo que París era la capital cultural de América Latina, no exageraba en absoluto. No sólo porque el ambiente de la ciudad resultaba estimulante para la creación, sino porque allá, gracias al encuentro con creadores de todo el continente, los artistas y escritores descubrían que eran algo más que peruanos, colombianos, argentinos o mexicanos: eran latinoamericanos. Para ganar consciencia de ese hecho obvio e inadvertido, debían salir de sus países y pasar una temporada en el extranjero, siempre, ojalá, en el añorado y deslumbrante París. Mario Vargas Llosa vivió ese síndrome con un fervor inigualable. La atracción que ejerció Francia en él empezó en la infancia, continuó en su juventud, se consolidó en la madurez y sigue vigente hasta el día de hoy, al punto de que siempre le dio más importancia a ser incluido en la Biblioteca de la Pléiade, el panteón de la literatura francesa, que a ganarse el Premio Nobel. Esos autores, que descansan a salvo del tiempo y del olvido en esa colección, fueron sus primeras pasiones literarias. Se inició de niño con Julio Verne y Alejandro Dumas, luego con las ficciones de Victor Hugo y después con las de Gustave Flaubert; y de todas ellas extrajo lecciones invaluables: el furor de la aventura con la saga de D’Artagnan, las ambiciones descomunales y la sensibilidad romántica en Los miserables, el realismo literario gracias a "Madame Bovary". […] En 1959, recién instalado en París, el aspirante a novelista compró una copia de Madame Bovary en la edición de Clásicos Garnier, y ahí, como él mismo dijo en el ensayo que años después dedicó a la novela, La orgía perpetua, empezó su historia. Además de quedar hechizado por el poder de persuasión de Madame Bovary (y eternamente enamorado de Emma), Vargas Llosa también descubrió el tipo de escritor que quería ser, realista, un experto en fingir la realidad, no la fantasía. Y no sólo eso. Las páginas de Madame Bovary le revelaron una lección decisiva de técnica narrativa. Flaubert se había dado cuenta de algo fundamental, y es que el personaje más importante de una novela, aquel a quien el escritor debía prestar más atención, era el narrador que contaba la historia. Ésa había sido la aportación de Flaubert al arte de la ficción; con ese hallazgo había marcado una frontera que daba inicio a la novela moderna".
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