Doce años después de su debut narrativo, el escritor Juan Carlos Méndez publica 'Cierre de edición', novela que retrata, con humor afilado y ritmo trepidante, la última semana de un periodista en un semanario nacional. Conversamos con el autor sobre el origen de su libro, la trastienda de su escritura, entre otros temas.
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Sostuvo Juan Carlos Méndez, quien acaba de publicar "Cierre de edición" bajo el sello Penguin Random House, que no es un escritor profesional, ya que no se dedica exclusivamente a la literatura al tener "otras responsabilidades y ocupaciones". Lo dijo casi como excusándose por no haber publicado, en 12 años, otro libro desde "Pandilla interior", su debut narrativo. Pero prometió, de inmediato, que la próxima vez tardará menos en lanzar un título nuevo.
Lo cierto es que la espera ha valido la pena. Pues "Cierre de edición" es una novela notable por varias razones: entre ellas, por construir con oficio un fresco generacional de una raza de periodistas hoy en declive; por su humor desalmado para retratar situaciones dramáticas; y, por supuesto, por su manejo de la oralidad que le da a la literatura peruana la oportunidad de refrescarse. Una historia realista, sí, pero sin la pretenciosidad de nuestro, a veces pesado, realismo.
"Cierre de edición" narra las cuitas profesionales y amorosas del señor poeta —periodista de un semanario nacional— a lo largo de su última semana de trabajo. Y aunque sostuvo Méndez que la trama surgió después de su paso por la revista Caretas, suele hacer un descargo: esta es una historia ficticia.
"Yo todo lo que escribo lo he vivido", dijo alguna vez Roberto Bolaño. Quizás es una exageración de su parte, pero parecería calzar contigo, porque saltan a la vista las correspondencias entre el protagonista y tú. Empezando por el cabello aleonado.
(Ríe) El escritor debe lograr que el lector piense que eso es verdad, pero no necesariamente lo es, tiene que ser verosímil. Entonces uno tiene que dejar huellas, rastros, que le den al lector pie para que tome eso sin ningún tipo de duda. Y luego pueden venir muchas cosas inventadas. Pero al principio, sí, hay que manejar la información para que eso parezca verdadero, porque si es así, como lector, puedes asumir que esa experiencia es tuya y en este trayecto te puede emocionar. Eso es una lectura: una experiencia emotiva.
¿No crees que en algún punto se busca un equilibrio entre ficción y vida propia al jugar en esos niveles?
Sí, uno siempre tiene que estar como el pintor, tratando de ver qué tonalidades, colores, pueden combinar o no. O como el cocinero: ¿qué ingredientes hacen que ese cebiche tenga un sabor, así no tengas el limón correcto ni el pescado? Se debe buscar la manera. Hay un juego allí, eso que se llama cocina literaria: ver qué tanto de ficción y de realidad necesitas para que tu historia sea verosímil.
"Cierre de edición" es el canto de cisne a cierto ambiente periodístico. Incluso aparece el legendario librero Veguita y una vida bohemia que poco a poco ha ido desapareciendo. ¿Cuánta nostalgia convocó la escritura?
Bastante nostalgia, sobre todo al final, cuando acabé el libro. Pero al principio, hay la necesidad de contar algo que es informe. Yo tenía solamente al protagonista, un periodista, porque uno escribe sobre lo que conoce. Y luego aparecieron estas voces, que trajeron consigo este espacio, la redacción. En un comienzo escribí a mano; luego, para tratar de que tenga un comienzo y final, traté de escribir la contratapa de ese libro que no existe. Forzar una sinopsis. Y en ese proceso, aparecieron los días que conforman la semana de "Cierre de edición". Ahí estaba la estructura de espacio y tiempo, y era cuestión de ponerse a trabajar sobre eso. En ese momento hay una nostalgia. La novela comienza y acaba con una canción de Raphael, que dice "por un pasado que murió". Eso no es casual. Pero la literatura también es un acto de memoria, darle cuerpo a las vivencias y convertirla en una experiencia para los lectores. Las personas que vivieron esto conmigo serán unas 50 personas, pero una vez convertido en libro espero que llegue a más de 50.
Los últimos días del señor poeta en la prensa peruana lo enfrentan a más de una frustración. Incluso, parece acompañarlo cierta tentación al fracaso. Pero es un asunto generacional. En ese sentido, ¿sientes que tu novela dialoga con nuestra tradición narrativa?
Creo que dialoga con la tradición narrativa peruana, porque la pandemia y la celebración del Bicentenario han demostrado de manera palmaria que nuestro sueño de república ha fracasado. Y la literatura refleja esa tentación del fracaso, esa sombra que se manifiesta siempre en las historias de los peruanos, y yo diría incluso de los latinoamericanos. Y sí, esta no podía ser una historia de éxito. El señor poeta fracasa en sus dos empeños, emocionales y amorosos, como periodísticos. Y es un poco el reflejo de nuestra realidad. Es muy difícil coronar con éxito algún proyecto, porque jugamos con demasiadas cosas en contra. No tenemos sistema de salud, de educación, partidos políticos, infraestructura... Y hay un 5% de privilegiados y lo demás es un sálvese quien pueda. En ese contexto, sí, el fracaso es una tentación permanente.
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El diálogo es el recurso que pone en marcha la novela. Comentaste durante la presentación que la acción dramática tiene un peso en lo que escribes. ¿Cómo has ido construyendo la voz de cada personaje: como un libreto o como una novela?
Como una novela, solo que el diálogo lo uso como una manera de narrar. Narrar con diálogos hace que la historia avance de manera muy dinámica. No entrar en descripciones a menos que sean necesarias. Y hacer que los diálogos contengan información relevante en relación a la historia que está sucediendo. Yo quiero lograr que el lector no suelte el libro hasta que lo acabe. Y si lo suelta, que tenga ganas de volver. Además, uso el diálogo también, porque es una manera de que el lector se introduzca directamente a la acción. Un colega argentino me comentó una vez, en relación a mi novela anterior, que leerla era como estar viendo lo que está pasando, como estar en un escenario. Sí, hay una relación teatral. Yo tengo una versión teatral de esta novela, y la diferencia es que en teatro no se puede tener tantas locaciones por una cuestión de producción. Todo sucede en un lugar o máximo en dos, y tampoco puedes tener tantos personajes, porque no puedes contratar a tantos actores. Mi versión teatral tiene cinco personajes y una locación. Entonces, el propio género te marca unos límites: en la novela te puedes ir al estadio, a los bares, y simplemente lo relatas y creas atmósferas. Y también pueden aparecer y salir personajes mucho más fácilmente. En el teatro no sucede así.
El lenguaje está marcado por la oralidad, las referencias, el juego verbal. Hay rastros de verso libre. Y casi todo tiene un aspecto formal sintético. ¿De dónde viene esa inclinación tuya a economizar palabras? ¿Del periodismo, principalmente?
Creo que del periodismo, pero también el libro va encontrando su tono y su lenguaje. En la primera versión, la novela no estaba narrada así. Era mucho más descriptiva, no tenía tantos diálogos, pero recuerdo que editando esa primera versión, por alguna razón, se espació una línea de la otra. Por error. Repetí ese error, y luego de dos páginas me di cuenta de que había un tono ahí. La novela no tiene ningún punto y coma. Oraciones completas, punto y aparte, y sigue, y luego diálogos. Así, al momento de leerla en voz alta, sonaba diferente. Ahí reconocí que había una posibilidad para trabajar esto. Lo seguí haciendo y encontré una manera de contar esta historia. Hay que escuchar al libro; hay un momento en la primera versión en que uno está trabajando con los recuerdos, pero en la segunda versión eso se acaba, tienes que escuchar lo que has creado y ver la necesidad de la historia. Ya no importa si sucedió o no, si esa persona existió o no existió, sino que los personajes y sus interacciones funcionen en relación con ellos. Así construyes una máquina independiente. Humberto Humberto no existe en la realidad, la Teutona tampoco. Yo necesitaba al antagonista y la compañera emocional para que el personaje esté más redondo y la historia que cuenta también.
Creo que también hay un manejo fantástico de la ironía. Cuando los personajes hablan, pareciera que están practicando esgrima. Y no han demorado en asociar tu sentido del humor con el que practicó Bryce Echenique. Pero ¿no crees que existe un sentido de humor peruano? ¿Podemos ponerle nacionalidad a esas cosas de las que nos reímos?
Yo creo que sí. Más cerca de Bryce Echenique, a quien no leo hace muchos años pese que lo leí bastante, hay un humor peruano que practican escritores como Gregorio Martínez con el que cualquiera puede sentirse familiarizado. Hay un trabajo con el habla popular y la inventiva, con la rapidez, que es algo que sí sucedía en la redacción que me tocó vivir. Era un ambiente donde la gente estaba tratando de hacer esgrima, todos estaban con la espada desenvainada. Había ataques entre broma y broma, y la información fluía así, y uno se ganaba el respeto y la consideración de los demás también de esa manera. Creo, además, que todo ambiente laboral va tejiendo su propio metalenguaje, su manera de expresarse, y ahí se van tejiendo relaciones sociales, cómo te manejas con los jefes o subalternos. Nos relacionamos a través del lenguaje. Creo es que algo que dice la novela sin decirlo.
Hay un pasaje, a propósito de eso, en el que la Teutona y el señor poeta hablan de las diferencias idiomáticas entre el alemán y el español.
Claro. Además, yo he vivido en dos culturas y dos idiomas diferentes, el inglés y el alemán. Y siempre, en ambas experiencias, la última etapa ha sido el humor. Nunca he llegado a ser gracioso en alemán y en inglés. Es una muestra, para mí, de lo complejo que puede ser lograr una situación humorística, o comunicar humor a través de otra lengua que no sea la materna. Necesitas mucho manejar cosas de la idiosincrasia que no bastan con simplemente saber hablar un idioma.
"Primero el cierre, luego la moral", dice el señor poeta en una parte de la novela, invocando a Brecht. Y él y la mayoría del resto de personajes se pasan toda la novela en una lucha a puño limpio contra el tiempo. Ante el auge de lo digital, ¿cuánto privilegiamos la inmediatez por encima de lo moral?
Lo vemos todos los días: nos hemos comprado el cuento de la inmediatez y de los clics, porque se supone que así funciona este sistema ahora. Evidentemente, el modelo de negocio cambió. Si uno logra muchas vistas, la publicidad vendrá a lo digital. Pero ¿qué tan cierto es eso? ¿De verdad esta prisa nos va a retribuir con dinero de verdad? El periodista ya no va al lugar de los hechos, no contrasta información, no consulta dos o tres fuentes, no pasa por editor o por otro redactor de peso... hay menos control de calidad. Y todo por la inmediatez. En ese sentido, la inmediatez ha puesto en entredicho, no sé si la moral, pero sí la ética periodística. Pero creo que hay que buscar maneras de resistir. De alguna manera, he querido manifestar mi resistencia escribiendo una novela. La literatura no responde, pero plantea preguntas que van resonando en algunos lectores y que espero motiven reflexión.
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