El 28 de marzo Mario Vargas Llosa cumple 87 años. En su libro de memorias, que cumple tres décadas este 2023, se retrataban los pasillos interiores de una vida marcada a fuego por la pasión artística y política.
Si la honestidad fuera una virtud literaria, definitivamente “El pez en el agua”, de Mario Vargas Llosa, cumpliría con creces en ser un gran libro. Lo es, sin embargo, no porque sus páginas exuden una sinceridad arrolladora —que la hay, por si hiciera falta aclararlo—, sino por la espléndida forma en que consiguió organizar narrativamente una vida que, como casi todas, suelen ser caóticas, confusas y monótonas. Hoy que el nombre del Nobel peruano, que cumple 87 años este 28 de marzo, parece estar en todos los titulares debido a la nueva novela de Jaime Bayly que se ocupa de un episodio poco esclarecido de su biografía (el famoso puñetazo en México a Gabriel García Márquez), resulta conveniente revisitar las memorias que publicó hace 30 años para tomar en cuenta que ese carácter entregado muchas veces a sus pasiones no es noticia fresca.
Es sabido que Vargas Llosa ya había intentado recrear escenas de su vida en “La tía Julia y el escribidor”, también organizada por una estructura binaria que alternaba, por un lado, los relatos paródicos del grafómano Pedro Camacho, y por otro, la historia del accidentado matrimonio de Varguitas con su tía. Pero debieron pasar 16 años para que el escritor pasara de la autoficción a la autobiografía, urgido por sacarse de encima más de un demonio y no dejar en el tintero lo que tantas veces había escondido bajo los ropajes de la ficción, como lo evidencian “La ciudad y los perros”, “Conversación en La Catedral” o “La casa verde”. Si, como dijo una vez Philip Roth, en las máscaras está la libertad, el narrador peruano parecía haberla encontrado en la disolución de ellas cuando se dispuso a escribir sus memorias.
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Dividida en dos líneas temporales, con los capítulos impares dedicados a sus años de infancia y juventud marcadas por el tardío y brutal descubrimiento de que su padre estaba vivo, y los pares centrados en su incursión como candidato presidencial en las elecciones de 1990, “El pez en el agua” puede leerse como una novela de formación, en la que el autor halla su vocación por la escritura (la libertad) en medio de una tiranía (la de su papá), pero también como una larga crónica política protagonizada por un Vargas Llosa que, en nombre de una cruzada liberal, decide honrar su compromiso intelectual tomando acción partidaria. Pese a que uno de los relatos termina triunfante y el otro en fracaso, ambos están zurcidos por el gran tema vargallosiano: la defensa del individuo frente a poderes que buscan cercenarlo.
En marzo de 1993, la publicación de “El pez en el agua” levantó mucho polvo entre la clase política e intelectual peruana. No era para menos: había más de un personaje al que Vargas Llosa había retratado con severidad, a veces sin matices, y eso despertó airadas reacciones por parte de algunos de los aludidos (como el insulto ensayado que Hernando de Soto le dedicó en señal abierta). Con un tono infidente, que deja al descubierto a varios de sus compañeros de generación, el autor le abre un espacio a la ironía, el libelo y la consigna política en un flujo de recuerdos que intentan interpretar no solo una trayectoria vital, sino la Historia peruana. Sin malabares en el lenguaje ni mayores artificios formales, la narración está conducida por un estilo transparente, de ritmo ágil, que le sirve para confesar sin ser truculento y argumentar sin ser aburrido. ¿Un ejemplo? Ese capítulo memorable titulado “El intelectual barato”.
En su momento, hubo quienes vieron en las memorias de Vargas Llosa una vendetta contra sus enemigos, mientras otros advirtieron que solo buscaba justificar su derrota electoral al colocarse como un inocuo pensador que se estrella contra el campo de la realpolitik. Pero pese a todos los reparos que un lector pueda tener con sus ideas —desde las literarias a las políticas— sobrevive en “El pez en el agua” una concordancia entre figura pública y privada que hoy pareciera convocar solo nostalgia. La portada de la primera edición, en la que aparece el escritor con los brazos abiertos durante una ovación en plena campaña presidencial, bien podría ser la celebración de un premio mayor a pesar del naufragio político: una coherencia intelectual incólume. Cuán lejos, sin embargo, estamos ahora de ese momento.
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