Existe una historia que viene siendo percutida, como la piel de un tambor, y que genera patrones ideológicos reverberantes que se repiten como el eco en una gruta, ese tipo de gruta que logra que el sonido todo lo abarque y todo lo impregne. La repetimos una y otra vez como un himno nacional en un partido de fútbol definitorio, o como uno de esos cánticos que solo se oyen en el estadio cuando buscamos infundir de garra y gallardía al bloque de defensas para que busquen cada balón con arrojo, cuando todo es paroxismo y frenesí. La transmitimos de generación en generación, como los cuentos populares de tradición oral, para que no pueda ser borrada del palimpsesto de la historia. La defendemos en cada frente y trinchera, en cada reunión social y familiar. Elaboramos todo tipo de humor con ella e, incluso, pretendemos hacer ciencia, sobria, rigurosa y objetiva, al descomponerla en variables. Quien se atreva a negarla o refutarla correrá una suerte cercana a la de un hereje en la Edad Media: la excomunión social, el ostracismo y la burla.
¿Cuál es esa historia capaz de producir tanta fricción polémica? ¿A qué relato nos hemos adherido? ¿Cuál es esa supuesta posverdad de la que somos aficionados? Es —redoble de tambores— la historia del cerebro femenino y el cerebro masculino. Esta historia, que no es más que un mito abigarrado por la mezcla de malinterpretaciones y malentendidos, nos continúa sometiendo a errores y estereotipos de género que repetimos libremente. ¿De dónde viene esta historia?
En principio, de la afirmación que realizó el psicólogo Gustave Le Bon en 1895 luego de medir el tamaño de los cráneos de mujeres y hombres con su cefalómetro. Para él, debido a la diferencia en el diámetro craneal, las mujeres «representan las formas más inferiores de la evolución humana». Dos siglos más tarde, en 2005, el interés por explicar las diferencias conductuales entre mujeres y hombres llevó a un equipo de especialistas a examinar los cerebros de 21 hombres y 27 mujeres, y concluir que las mujeres tienen menos materia gris, pero más materia blanca en áreas relacionadas a la inteligencia (1). Además de que no consideraron que la reducción en materia gris se debe a un menor tamaño del cráneo —esto sucede tanto en hombres como en mujeres de cráneo más pequeño— (2), los medios de comunicación masiva, a partir de una terrible lectura de los resultados, se encargaron de divulgar el bulo de que los hombres son más inteligentes para los cálculos numéricos (por la mayor densidad de materia gris) y las mujeres para el multitasking (por la mayor densidad de materia blanca). Una situación similar sucedió cuando se afirmó que las mujeres pueden tener muchos pensamientos al mismo tiempo, a diferencia de los hombres que utilizan esta función cognitiva de forma más lineal, puesto que poseen un cuerpo calloso (fibras nerviosas que comunican ambos hemisferios cerebrales) más grande. Lo cierto es que esta estructura de conexión es más grande en cualquier cerebro que sea más pequeño, aun cuando este le pertenezca a un hombre.
Aunque no es necesario que aprendamos con total exactitud estos datos sobre la estructura del cerebro, lo que sí debemos notar es que el mito «cerebro masculino vs. cerebro femenino» parte de errores, tanto de científicos como de comunicadores y periodistas. ¿Por qué es tan necesario que reparemos en ello? Para evitar decir que los hombres tienen más facultades para el pensamiento lógico y analítico, las matemáticas y la ciencia, y que las mujeres son más empáticas y emocionales porque así están configurados sus cerebros. Para desenraizar aquellos estereotipos de género que se siguen perpetuando y que sitúan a hombres y mujeres en roles fijos. Para desarraigar la idea de que los hombres son buenos líderes porque son más racionales y las mujeres, en cambio, son mejores para la crianza por ser más afectuosas. Para extirpar el tumor del «neurosexismo» que, para la neurocientífica Gina Rippon, es «la práctica de afirmar que existen diferencias fijas entre los cerebros masculinos y femeninos, lo que puede explicar la inferioridad o la falta de idoneidad de las mujeres para ciertos roles» (3, 4). Para construir una sociedad con mayor equidad, que permita que tanto niñas y niños jueguen con la idea de ser grandes científicas y científicos, presidentas y presidentes y, de quererlo así, amas y amos de casa.
Ya llegó el momento de quemar el mito del «cerebro masculino vs. cerebro femenino» y la cultura del «rosado-versus-azul», enquistada desde antes del nacimiento de los bebés, en la hoguera de la equidad.
Referencias bibliográficas
- Haier, R. J., Jung, R. E., Yeo, R. A., Head, K., & Alkire, M. T. (2005). The neuroanatomy of general intelligence: sex matters. NeuroImage, 25(1), 320-327. Recuperado de https://doi.org/10.1016/j.neuroimage.2004.11.019
- Eliot, L., Ahmed, A., Khan, H., & Patel, J. (2021). Dump the “dimorphism”: Comprehensive synthesis of human brain studies reveals few male-female differences beyond size. Neuroscience and Biobehavioral Reviews, 125, 667-697. Recuperado de https://doi.org/10.1016/j.neubiorev.2021.02.026
- Rippon, G. (2019). The Gendered Brain: The New Neuroscience That Shatters The Myth Of The Female Brain. The Bodley Head.
- Eliot, L. (2019). Neurosexism: the myth that men and women have different brains. Nature, 566(7745), 453-454. Recuperado de https://doi.org/10.1038/d41586-019-00677-x
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