Las razas no existen, solo existe la raza humana. Las diferencias biológicas se dan por el ambiente, las maneras en que nos relacionamos con la naturaleza y la tecnología, entre otros factores. No obstante, los procesos de colonización y de esclavitud instituyeron una jerarquía racial que justificó la dominación de humanos en manos de otros humanos, dando lugar a una idea de “raza blanca” con supremacía y poder a diferencia de la inferioridad atribuida a las “razas indígenas y negras”. A propósito de la conmemoración del día internacional de la eliminación de la discriminación racial estamos invitados a reflexionar al respecto.
Ni el fin de la colonia, ni los 200 años de república en el Perú han erradicado la idea de razas superiores e inferiores y lo mismo sucede con las culturas y lenguas originarias por considerarse de menor valor y asociadas a lo “no-moderno”. Estas son las ideas subyacentes al racismo reproducido por la sociedad nacional y reforzado a través de las mismas instituciones incluyendo la escuela y los medios de comunicación.
La I Encuesta nacional de percepciones y actitudes sobre diversidad cultural y discriminación étnica-racial (2018) reveló que la mayoría de las y los peruanos son racistas o muy racistas, pero solo un 8% se autoreconoce como tal. Asimismo, la experiencia de discriminación la ha vivido más de la mitad de peruanos y peruanas, por su color de piel (28%), por su nivel de ingresos (20%) o por sus rasgos faciales o físicos (17%), siendo los hospitales públicos o postas médicas, comisarías y municipalidades algunos de los lugares donde vivieron la discriminación. El estudio también nos dice que el 59 % percibe que la población quechua y aimara es discriminada o muy discriminada por su forma de hablar, vestimenta o por la lengua que habla. Mientras que el 60 % percibe que la población afroperuana es discriminada o muy discriminada por su color de piel, sus rasgos faciales o físicos y porque son asociados a la delincuencia.
A partir de estas cifras se puede inferir que no hay familia que no tenga integrantes racistas y es altamente probable que nosotros mismos hayamos sido racializados o conozcamos a alguien que haya vivido esta forma de violencia, que a veces se encubre tras la broma, la exotización, la imitación burda, los prejuicios o el desdén hacia personas que consideramos -consciente o inconscientemente- inferiores por su color de piel asociado a su apariencia, situación económica, lengua materna, grado de instrucción, tipo de empleo, etc. Hemos avanzando en conciencia sobre el daño que ocasiona el racismo a tal punto de rechazarlo abiertamente, pero es importante reconocerlo para erradicarlo de nuestras palabras, miradas y gestos. Asumamos con convicción que la diversidad étnico-cultural que nos habita y colorea nuestro país es una realidad, que somos hijas e hijos de una historia de dominación que nos ha afectado de diferentes maneras, y que somos capaces de eliminar esas cadenas simbólicas, prejuicios y discriminaciones que nos impiden construir una sociedad más digna y justa.
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