El 8 de septiembre fue declarado el Día internacional de la alfabetización para recordarnos que aún existen millones de personas de 15 años a más que no saben leer ni escribir, solo en el Perú se trata de casi 1.3 millones, la mayoría mujeres de ámbitos rurales. Una realidad que les dificulta decidir cuántos hijos tener, prevenir todo tipo de enfermedades y la violencia intrafamiliar, acompañar la escolaridad de los hijos, acceder a empleo, participar en la vida política y muchas otras situaciones que se limitan o agravan más entre las mujeres que no saben leer ni escribir.
En las últimas décadas el desarrollo de las tecnologías de información y comunicación han favorecido los entornos letrados gracias a la enorme cantidad de textos a los que accedemos y los que producimos en cada una de nuestras interacciones a través de las redes sociales. No obstante, es el lenguaje visual el que predomina y el que alfabetiza a los niños y niñas desde tempranas edades con diversas ventajas y desventajas. Pero, a esa revolución tecnológica no le está correspondiendo una revolución educativa en nuestro país, que potencie al máximo estos recursos y estas otras maneras de gestionar la información y el conocimiento. Sin duda las niñas, niños y jóvenes tienen las habilidades y destrezas para aprovecharlo mejor, pero no suele suceder lo mismo con la población adulta y adulta mayor, quedando en la práctica doblemente excluidos: por no saber leer ni escribir y a la vez por no incorporarse como usuarios a la era digital.
No obstante, la alfabetización en un país tan diverso como el Perú enfrenta además otros desafíos. La población en analfabetismo es amplia, diversa y dispersa en todo el país, por lo tanto, según la edad, el género, el territorio que habita, la lengua que habla y el acceso a recursos puede demandar distintas respuestas para su alfabetización, eso sin contar la variedad de motivaciones que puedan tener. Entre los más jóvenes, el empleo y el acceso a la información; entre los adultos mayores podría ser firmar documentos, hacer trámites y/o ejercer sus derechos. Así en cada etapa de la vida las demandas de educación pueden tener distintos énfasis siendo lo común: ganar autonomía y con ello su libertad.
La educación como un derecho que nos asiste a todas y todos tiene sentido porque nos permite desplegar nuestro potencial, desarrollar conciencia y pensamiento, actuar sobre nuestras realidades y transformarlas, de allí la importancia que se asuma como necesaria a lo largo de nuestra vida siendo uno de los primeros ejercicios expresarnos en todos nuestros entornos en distintos lenguajes orales y escritos para relacionarnos en armonía, tomar decisiones informadas, acceder a la justicia, alimentar nuestros conocimientos y nutrir las experiencias cotidianas. En ese sentido, son loables los esfuerzos realizados por los Programas de Educación Básica Alternativa y de Alfabetización y continuidad educativa, pero aún queda pensar la articulación con la alfabetización digital y generar iniciativas locales que respondan a realidades particulares.
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