¿Dónde te encuentras, John Galt?

Sucedió que los emprendedores, los motores de la generación de bienestar en una sociedad, se cansaron de las cadenas impuestas por los burócratas, los carteles de sindicatos, entre otros.

| Fuente: Wikimedia

Ayn Rand (1905-1982), de verdadero nombre Alisa Zinóvievna Rosenbaum, marca un hito muy relevante en lo que podemos denominar la “ética objetivista”. Permítanme recoger algunas citas de su libro La virtud del egoísmo (1961):

 

“¿Qué es la moral o la ética? Es un código de valores para guiar las elecciones y acciones del ser humano, aquellas que determinarán el propósito y el curso se su vida. La ética, como ciencia, se ocupa de descubrir tal código. La primera pregunta que es preciso responder como condición previa a todo intento de definir, juzgar o aceptar un sistema de ética específico es: ¿por qué necesita el hombre un código de valores? Quiero subrayar esto. La primera pregunta no es: ¿qué código de valores en particular debería aceptar el hombre?, sino: ¿el hombre necesita realmente valores, y por qué?”.

 

Posteriormente afirma:

 

“Sin una meta final, o un fin, no puede haber metas o medios inferiores; una serie de medios que avanzan en progresión infinita hacia un fin inexistente es una imposibilidad metafísica y epistemológica. Solo una meta final, un fin en sí mismo, hace posible la existencia de valores. Metafísicamente, la vida es el único fenómeno que es un fin en sí mismo: un valor ganado y conservado a través de un constante proceso de acción. Desde el punto de vista epistemológico, el concepto de ‘valor’ es genéticamente dependiente y se deriva del concepto de ‘vida’ […]. Solo el concepto de ‘vida’ hace posible el concepto de ‘valor’”.

Es en su magistral novela La rebelión de Atlas (1957) donde Rand impregna todo su genio y plasma la epistemología objetivista, criticando y abordando la crisis económica, social y moral que sacude al mundo. Es en el capítulo II de la segunda parte, “La aristocracia del pillaje”, y en el capítulo VII de la tercera, “Soy John Galt quien habla”, donde brilla la ética filosófica del objetivismo:

 

“Habéis oído decir que esta es una época de crisis moral […]. Estamos en huelga contra la autoinmolación. Estamos en huelga contra el credo de recompensas inmerecidas y de deberes sin recompensas. Estamos en huelga contra el dogma de que buscar la propia felicidad es malo. […] Hay una diferencia entre nuestra huelga y todas las que habéis practicado durante siglos: nuestra huelga consiste no en hacer demandas, sino en otorgárselas. Somos malvados según vuestra moralidad; hemos decidido no perjudicarlos más. Somos inútiles, según vuestra economía; hemos decidido no explotarlos más. Somos peligrosos y debemos ser encadenados, según vuestra política; hemos decidido dejar de poneros en peligro, y no toleramos más las cadenas […] os hemos dejado libres para que enfrentéis la realidad, la realidad que anhelabais, el mundo como lo veis ahora, un mundo sin mente”.

 

Sucedió que los emprendedores, los motores de la generación de bienestar en una sociedad, se cansaron de las cadenas impuestas por los burócratas, los carteles de sindicatos, entre otros. Se cansaron de que los hombres no llegaran a entender algo tan simple: que la riqueza es producida por la mente y el trabajo. Entonces, John Galt culmina su alocución en la emisora radial:

 

“Les estoy hablando a quienes desean vivir y recuperar el honor de su alma. Ahora que sabéis la verdad sobre vuestro mundo, dejad de apoyar a vuestros propios destructores. La maldad del mundo es posible solo por la aprobación que les otorgáis. Retirad vuestra aprobación. Retirad vuestro apoyo […]. Cuando el Estado de los bandidos se derrumbe, despojado de los mejores de sus esclavos, cuando caiga al nivel de un caos impotente […], entonces y en ese día volveremos”.

 

Con la Paz de Westfalia (1648) y luego con el Congreso de Viena (1814-1815), la humanidad pensó haber dejado atrás el “estado puro de naturaleza”, al cual hacía referencia Thomas Hobbes (1588-1679) en El Leviatán (1651). Sin embargo, tuvimos la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

 

Como bien apunta el profesor Alessandro Ferrara en La fuerza del ejemplo. Exploraciones del paradigma del juicio (2008), hoy contamos con toda la arquitectura de las Naciones Unidas: el Consejo de Seguridad, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los Protocolos Adicionales a las Convenciones de Ginebra (derecho humanitario internacional mediante el cual se establecen límites a la barbarie de la guerra), la Convención de 1948 para la Prevención y el Castigo del Crimen de Genocidio, los Pactos de 1966 sobre derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales, y el Estatuto de Roma del Tribunal Penal Internacional (1998). Sin embargo, también observamos el incremento sostenido de los disturbios civiles, la delincuencia organizada, el terrorismo, el narcotráfico, las “zonas liberadas”, la corrupción, además de la guerra y la injusticia que dan pie a la inmigración ilegal y a los grupos de desplazados, sin contar las enfermedades infecciosas mortales, entre otros flagelos globales y regionales, que pueden empujar a determinados estados a una situación de indefensión (los llamados “estados fallidos”).

 

En suma, es de vital importancia mirar con mayor atención y profundidad la dimensión moral en las diferentes esferas de la acción humana: política, economía, negocios, derecho, gestión pública, la educación escolar y la academia, entre otros. El jurista alemán Hans Kelsen (1881-1973) hacía referencia al sollen, ‘deber ser’, y al sein, ‘ser’, en el campo del derecho; como en la ciencia económica, se hace mención a la economía positiva y a la economía normativa. Cabe mencionar que Adam Smith (1723-1790) publicó Teoría de los sentimientos morales (1759) mucho antes que La riqueza de las naciones (1776). En esta primera obra, Smith sustenta que nuestras ideas y acciones morales son producto de nuestra propia naturaleza como criaturas sociales. Identifica las reglas básicas de prudencia y justicia que se necesitan para que la sociedad sobreviva, y explica las acciones benéficas adicionales que le permiten prosperar. Una obra muy recomendable en esta línea de pensamiento es la de Daniel Hausman y Michael McPherson, titulada El análisis económico y la filosofía moral (1996).

 

He abordado a Ayn Rand como pude referirme a Immanuel Kant (1724-1804) y su imperativo categórico, a Hannah Arendt (1906-1975) en La condición humana (1958) o a Ludwig von Mises (1881-1973) en La acción humana (1949). Finalmente, el objetivo es profundizar en el análisis de las consecuencias prácticas de las decisiones humanas (acción u omisión) en las diferentes esferas ya mencionadas, a efecto de proponer efectiva y activamente rutas de acción, pensando en las condiciones indispensables para el progreso y bienestar de las generaciones que tomarán la posta.

 

Ya no habrá otro 22 de noviembre a las 20.00 horas para que John Galt nos repita por radio lo que ya sabemos que sucede. Estará feliz en el Valle de Mulligan.

Director de la Carrera de Negocios Internacionales de la Universidad de Lima. Master of Arts en Desarrollo Económico por el Williams College – Center for Development Economics (Estados Unidos), Magíster en Finanzas por la Universidad del Pacífico. Doctorando en Educación por la Universidad Internacional Iberoamericana de México.

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