Si algo es propio de la realidad, natural o humana, es que siempre emergen eventos nuevos que superan nuestros marcos de análisis o de interpretación. Ese es el camino que permite el aumento del conocimiento. Si la realidad fuera estática, bastaría repetir el mismo saber incesantemente. De ahí que nos veamos obligados a recrear nuestras teorías, sometiéndolas a crítica o contrastándolas con los eventos o hechos.
Para comprender de manera más o menos objetiva lo que ocurre en el Perú de nuestros días, es preciso asumir que la teoría política, la teoría de la cultura e, incluso, las teorías económicas y sociales, con las cuales estudiamos una realidad, ya no están en condiciones de ofrecer un conocimiento adecuado de lo que está pasando. Es un evento político, pero no sólo político. Es un evento cultural, pero no sólo cultural. Hay aspectos económicos, sociales e, incluso, psicológicos. Pero no solo de estos tipos. Hay evidentes condicionamientos históricos, pero abordados desde diversos horizontes de interpretación, muchas veces en total divergencia. Lo que nos hace caer en varios espejismos históricos, que se confunden con la metáfora literaria.
Estamos ante un evento de enorme complejidad, que se desarrolla en un contexto macroglobal, igualmente complejo. Quizás esa es una de las razones por las cuales una parte importante de nuestros académicos están guardando un prudente silencio o una entendible distancia. Que no hay que confundir con indiferencia. Sino que hay que entenderla desde la lógica de la perplejidad. Es decir, ante la complejidad de los eventos y la incapacidad teórica, es preciso reconocer la propia ignorancia. E iniciar un proceso de reformulación que pasa por la especulación filosófica.
La reflexión filosófica es altamente abstracta y teórica. En dicho ejercicio se repiensan los conceptos fundamentales, tomando en cuenta la tradición precedente y los eventos de lo “nuevo”. Se trata de evaluar la pertinencia de aquel legado y sus posibilidades actuales. Así, conceptos como libertad, orden, autonomía, emancipación, conflicto, violencia y justicia son contrastados desde la veracidad lógico argumental, relaborando ideas que sirvan para clarificar las “oscuridades” de la realidad. Este ejercicio no es sencillo. Tampoco sus resultados son inmediatos. Pero es preciso hacerlo a la luz de nuestras circunstancias y desde una necesaria honestidad intelectual.
Asimismo, la ética filosófica, en su dimensión política, social y económica, reflexiona tomando como base aquello que puede llevarnos a una mejor o peor situación. Consideramos que en el ámbito de la ética es donde se pueden dar resultados más consistentes y rápidos debido a la urgencia de nuestros días. En evidente que la paz es producto de la justicia. Sin justicia la única paz posible es la “paz de los cementerios”. Pero también es cierto que la justicia sin verdad nos conduce a una justicia coja o parcial, adecuada a una percepción. La auténtica justicia implica acceder a la verdad, así sea su descubrimiento lo más complejo y difícil que existe.
Gracias a la dimensión a la ética filosófica podemos cuestionar el uso ideológico de determinados enfoques supuestamente “científicos” sobre el Perú. Asimismo, podemos cuestionar el accionar algunos individuos y grupos más allá de sus motivaciones, centrándonos en las ideas que convencidamente defienden ¿Esta seguro que estás acciones causarán un mayor bien? ¿Es la muerte o la destrucción los medios adecuados para lograr la paz y justicia que tanto reclama? ¿Esas teorías sobre el Perú que usted defiende permite resolver el problema de injusticia y desorden? ¿Está seguro de que sus ideas sobre justicia, paz, orden, igualdad y libertad son las que hacen bien a la inmensa mayoría, por un plazo de tiempo más largo? ¿Le importan a usted la vida humana y los bienes materiales que la permiten? ¿Algún grupo específico está en condiciones de encarnar la idea de justicia y bien? ¿En sus demandas hay una búsqueda genuina del bien o el deseo de imponer su versión de lo “bueno”? Claramente estos cuestionamientos y otros no son fáciles de responder, pero es importante que se lleven a cabo. Por ello, quienes tienen la labor de pensar en esos términos son aquellos que profesionalmente se llaman “filósofos”. Y dada la magnitud de los problemas que padecemos como sociedad es preciso que sean encarados filosóficamente.
Desde el siglo XVIII los filósofos comenzaron a cruzar el puente de la especulación pura y empezaron a caminar por el mundo de la vida concreta. En ese caminar, algunos pensadores pretendieron convertirse en “guías de la humanidad” y desde una soberbia absolutamente antifilosófica creyeron tener la potestad de rediseñar la sociedad humana. Esa es la mayor tentación en la que puede caer el filósofo. Por fortuna, el ecosistema filosófico actual está más o menos “vacunado” contra la “tentación totalitaria”; pues se ha aprendido que el saber especulativo es un ejercicio de búsqueda sin término y que realidad sabemos muy poco. Por muchas razones, desde esa actitud y ejercicio, es la hora de la filosofía peruana.
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