Pensar crítico, libre y divergente

En tiempos de incomparables transformaciones sociales y culturales, es posible que nos encontremos llamados a someter a crítica las ideas que antes profesábamos. Ello no debiera preocuparnos si hemos estado habituados a realizar una constante examinación de nuestras creencias. Crecer es aprender de cada momento que nos ofrece la vida. Por eso hay que estar alertas al tiempo que vivimos.

| Fuente: Freeimages

El ejercicio crítico nos puede conducir a reformar constantemente nuestras opiniones y juicios. ¿Eso que pensábamos antes era correcto? ¿Esas certezas que teníamos habrán estado bien fundadas? ¿Nuestros rechazos, casi hepáticos, deben mantenerse en una nueva circunstancia? ¿Es posible modificar nuestra opinión respecto al pasado o al presente? Esas preguntas y otras tantas nos hemos hecho a largo del último año y medio. Y, a veces, nuestros propios cambios de postura parecieran sorprendernos. Pero no es de extrañarse. En varias décadas de “vida crítica” nos ha ocurrido con frecuencia. El ejercicio crítico es, sobre todo, un ejercicio de autocuestionamiento y, por ende, de autoconocimiento. De ahí que seamos seres en movimiento: un pensar vivo que se mantiene activo porque se escruta a la luz del tiempo y de los hechos.

Visto desde afuera este movimiento interior, se podría creer que se defienden al mismo tiempo posiciones políticas antagónicas. Algunas veces de "derecha", otras veces de "centro" y, probablemente, de “izquierda”. Sin embargo, dada la resignificación que actualmente afecta a esos adjetivos ideológicos, posiblemente sea muy difícil adjudicarle a alguien el rótulo de "intelectual neoconservador", "progresista", " liberal", “socialista”, etc. Pues las dimensiones del cambio de paradigma de lo público y de las ideas que lo rodean que es tal magnitud, que es inevitable que tengamos que reinterpretar el sentido de muchos términos políticos.

Más allá de estas consideraciones, hay convicciones que se pueden seguir manteniendo a lo largo de los años. Y, en nuestro caso, es el derecho a pensar libre y prudente, sin servir a una agenda que incida en su negación. Pensar libre y crítico, pero no por eso irrespetuoso. En efecto, la genuina libertad de pensamiento crítico se hace en estricto conocimiento de sus límites. Es decir, sabiendo que al afirmar algo públicamente se puede dañar la integridad de otra persona o lastimar innecesariamente a un grupo determinado. De ahí que el pensar crítico también es crítico consigo mismo.

Un aspecto que no se debe evitar es cultivar el ejercicio del pensar crítico con nuevos conocimientos de diversa índole e incluso opuestos a lo que creemos. En épocas de grandes transformaciones integrales, leer “cosas nuevas” para nosotros puede ser muy estimulante. Nos permite descubrir lo que la vida nos pone por delante o a nuestros costados. O redescubrir aquellas cosas que habíamos dejado o creíamos superadas.

Como hemos afirmado hace un momento, ser crítico es estar vivo; lleno de inquietudes, de curiosidades, de admiraciones. Es tener una auténtica disposición a no querer tener “la razón”, a ganar una discusión y, más bien, a dirigir nuestro intelecto a la hermosa búsqueda sin término. Es saludable poder reescribir nuestra propia biografía intelectual con nuevos asombros. Para eso hemos nacido.

Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM). Es Dr. (c) en Humanidades por la Universidad de Piura y maestro en Filosofía por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Autor del libro "La trama invisible de lo útil. Reflexiones sobre conocimiento, poder y educación" y de numerosos artículos académicos vinculados a la historia de las ideas, con énfasis en la historia conceptual, y en las relaciones entre conocimiento y sociedad en el Perú y América Latina.

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