Entre abril y junio de 1994, el mundo asistió a uno de los mayores genocidios de la historia reciente. Este funesto hecho evidenció una vez más las graves consecuencias que dejó el colonialismo europeo en África y en otras regiones de nuestro planeta. Asimismo, nos hace recordar la responsabilidad que tiene occidente en la generación de muchos de los conflictos a lo largo del mundo.
La cifra de muertos fue escalofriante. Entre ochocientos mil y un millón de personas fueron asesinadas entre tan solo cien días. Las víctimas, de la etnia minoritaria Tutsi, fueron liquidadas por mayoritaria etnia Hutu; ambas, situadas en varias extensiones geográficas de lo que habitualmente se llama “Los Lagos” de África desde hacía mucho tiempo, como otros tantos grupos originarios del este continente. Lamentablemente, el proceso de colonización del África llevado a cabo por varios europeos ocasionó diversas perturbaciones culturales, generando conflictos raciales o profundizando los que habían existido antes.
Ruanda, como otras regiones del África central, fue parte del inmenso imperio colonial belga, siendo uno de los lugares en los que se asentaron diversas compañías exportadoras de recursos naturales. El Congo Belga, la enorme colonia que estaba en manos del Rey de Bélgica, fue especializada en la extracción de minerales, llevándose a cabo, entre 1895 y1908, uno de los peores genocidios de la historia: el genocidio del Congo. Esta matanza dantesca fue responsabilidad del rey belga, Leopoldo II, y dejó un saldo de entre cinco millones a diez millones de congoleños muertos. En cambio, las regiones de Ruanda y Burundi, adyacentes al Congo, fueron dedicadas a la agricultura, especialmente el café.
Durante la colonización, los belgas impulsaron un sistema de control hegemónico muy habitual en las colonias africanas, apoyar a un grupo étnico para sojuzgar a otro. En ese caso, los Tutsis tuvieron el favor de los belgas y se constituyó en un grupo racial que tenían mayores beneficios. De ahí que, tras la descolonización de este territorio en 1960, los Tutsis heredaron la estructura de dominación belga. En cambio, los Hutus, que habían sido el grupo subordinado a los Tutsis, tras la liberación colonial, se convirtió en la clase más pobre. Vemos en este caso cómo un sistema de diferenciación étnica, alentada por el imperialismo belga, propició un sistema de desigualdades económicas. Pues los Tutsis eran quiénes constituían las clases altas medias ruandesas y los Hutus, los estratos más bajos.
Con el pasar de los años, los Hutus fueron logrando mayor protagonismo político frente a los Tutsis, pues la diferencia demográfica entre ambas etnias era de la proporción de ocho a dos. Sin embargo, los Tutsis seguían manteniendo el poder económico. Las tensiones raciales empezaron a ser cada vez más evidentes, sobre todo a finales de la década de los ochenta, tras una sucesión de crisis económicas, que terminó con una guerra civil entre Tutsis y Hutus.
Sin embargo, el presidente de Ruanda, el hutu Juvénal Habyarimana, logró impulsar un acuerdo de paz con los Tutsis. Lamentablemente, el 6 de abril de 1994, el presidente Habyarimana, fue asesinado junto a su homólogo de Burundi, Cyprien Ntaryamira (quien ofició como intermediario entre Hutus y Tutsis). Tras la muerte de Habyarimana, la mayoría Hutu culpó de dicha muerte a los grupos políticos Tutsis. En realidad, hasta hoy en día no se ha determinado quién mató a ambos gobernantes.
Lo cierto es que este asesinato fue el detonante de una situación larvada por décadas. La mayoría Hutu, ataviada de armas blancas, fue en busca de la minoría Tutsi; y en cuestión de horas se inició una matanza de proporciones inimaginables. Y cerca de un millón de personas murieron en pocas semanas. El genocidio de Ruanda nos enseñó que cuando se unen la discriminación racial, la exclusión cultural y desigualdades económicas, se forma un coctel altamente explosivo, que lleva a una sociedad al máximo de violencia. Es necesario aprender de estas lecciones de la historia y de las nefastas consecuencias de la colonización.
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