Cuando Karl Popper (1902-1994) publicó La sociedad abierta y sus enemigos (1945), estaba concluyendo la Segunda Guerra Mundial. El mismo autor confesó en su autobiografía intelectual Búsqueda sin término (1974), que la motivación de esta obra se encuentra en la situación política e ideológica de las décadas de 1930 y 1940, de lucha entre dos grandes sistemas de pensamiento y de organización social: la “sociedad abierta” y la “sociedad cerrada”.
La “sociedad cerrada” es aquella que se construye sobre un plan total de organización social, concebida a partir de una supuesta idea de superioridad política, que anula la diversidad de los pensares en pos de una verdad única. La consecuencia, es la supresión de la autonomía crítica y, a largo plazo, la incapacidad de adaptación de esas sociedades a las situaciones cambiantes de la realidad social, económica, política, científica, entre otras. Sin crítica no hay forma de identificar los errores del sistema.
En cambio, la “sociedad abierta”, asume que es imposible la edificación integral de una sociedad bajo una única verdad, puesto que el pensar humano es intrínsecamente limitado. Asimismo, el ejercicio de la crítica debe ser favorecido porque de ese modo la autonomía humana se ejercita y permite a la sociedad, desde el cuestionamiento a sus instituciones, adaptarse a la realidad mutante y perfeccionarse a partir del examen crítico.
En el momento en el que Popper pensó en esta célebre distinción, se habían edificado los grandes totalitarismos del siglo XX, el que se forjaba en Alemania con Hitler, en Italia con Mussolini, en la URSS con Stalin, y otros tanto más. De igual modo, centró su crítica en grupo de pensadores (Platón, Hegel y Marx) que, a su juicio, habían favorecido intelectualmente a la “sociedad cerrada”, sometiendo a un escrutinio radical las ideas de estos.
Sin embargo, más allá del contexto de gestación de esta obra, la vigencia del concepto “sociedad abierta”, vuelve a estar presente en la medida que se está instalado en buena parte del mundo, especialmente en América Latina, un discurso autoritario, sostenido en la virulencia expositiva, en la confrontación desenmascarada y en manifestación abierta de verdades únicas e incontrastables. Asimismo, este discurso autoritario se vincula al peligroso crecimiento de las relaciones entre política y delincuencia. De este modo, las relaciones entre autoritarismo y política delictiva son más peligrosas para una sociedad de lo que se cree. Porque estaríamos hablando de cleptocracias autoritarias.
Esta nueva “sociedad cerrada” se edifica sobre el control solapado de los patrones de conducta social e individual. También, apelando al populismo en sus más diversas formas y suprimiendo el ejercicio crítico racional, para favorecer el comportamiento emotivo y pasional. Una masa de sujetos acríticos es proclive a aceptar las orientaciones autoritarias sin mayor cuestionamiento, asimismo de a las nuevas formas de sutil totalitarismo que se están evidenciando a lo largo del mundo, especialmente donde las organizaciones criminales han tomado el control de la cosa pública. He aquí los actuales enemigos de la “sociedad abierta”.
Las grandes ideas pueden reinterpretarse y adaptarse a situaciones cambiantes. Muchas de ellas, han surgido en circunstancias históricas específicas y están motivadas por eventos a los que asiste –directa o indirectamente– el autor de estas. Sin embargo, en virtud de su importancia, trascienden su contexto y son útiles para comprender los nuevos escenarios humanos. Más allá del talante liberal, el pensamiento de Popper sigue teniendo una vigencia notable sobre la discusión teórica de la política. Invitamos a su lectura y reflexión renovadas.
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