El lugar de la memoria y el conocimiento

El debate que se ha desarrollado alrededor del cierre temporal del Lugar de la memoria, la tolerancia y la inclusión social (LUM), se presenta como un claro ejemplo acerca de las funciones y fines que cumple el pasado para el presente y futuro de una comunidad nacional. Como se trata de un espacio público, son evidentes las connotaciones políticas de tal evento.

| Fuente: Andina

Pocas cosas son tan políticas como la interpretación del pasado. Desde la versión que manejemos sobre un determinado evento o proceso, estaremos dispuestos a realizar un juicio desde el presente, el mismo que tendría repercusiones de diverso tipo sobre el futuro. Estas versiones no son inocentes y corresponden a la estructura ideológica, moral y teórica del narrador de esta historia. De ahí que la objetividad en términos históricos resulte compleja y de difícil acceso.

Es evidente que lo que se muestra en el LUM tiene un peso simbólico considerable. Sobre todo, reconociendo los acontecimientos políticos que dieron en nuestro país entre los años ochenta y parte de los noventa. Como símbolo, éste puede ser interpretado de diferentes maneras. Para algunos, es un espacio que invita a recordar – de hacer memoria crítica-, del sufrimiento de cientos de miles de compatriotas, en manos de quienes ejercieron violencia (organizaciones terroristas y fuerzas armadas y policiales). Para otros, se trata de un lugar en cual no se “hace justicia” con aquellos que defendieron al estado y a la sociedad frente a una amenaza ideológica radical. Ciertamente habrá otros para quienes el LUM no representa nada o simplemente no lo conocen.

Más allá de las supuestas causas normativas del cierre temporal de LUM, se ha reavivado el debate, la discusión, acerca de las funciones y fines que tienen los espacios públicos con alta significación simbólico política. Como todo lugar de estas características, es evidente que generará posiciones a favor o en contra, las mismas que revelan las tensiones ideológicas de una sociedad. También, evidencian las maneras de cómo desde el tiempo presente se está evaluando a un determinado periodo de nuestra historia. De ahí los adjetivos, algunos de ellos muy duros, que se expresan desde un lado y otro. Es el conflicto eterno de las versiones históricas y lo que se pretende recordar. En este caso, el problema ya no es solo historiográfico, si no moral.

Quizás este sea el momento para que se vuelva a realizar un diálogo social, político y académico acerca del proceso que el Perú vivió entre los años ochenta y noventa; un diálogo que, a diferencia del que efectuó entre los años 2002 y 2003, incorpore la distancia que ofrece el tiempo. Porque el tiempo permite ver otros elementos que no podían observar en su momento, por la cercanía de los eventos. Además, porque existen otras formas de conocer la historia, tanto teóricas como metodológicas. La interpretación del pasado siempre está abierta.

Es evidente que tal diálogo sobre nuestro pasado no es fácil de llevarlo a cabo. Porque hay muchos elementos emocionales y sentimentales que pueden inhibir una discusión crítica acerca de lo que nos aconteció. Pero por el peso simbólico que tiene el LUM y lo que representa, esa conversación pública y abierta, resulta muy necesaria e importante. Todo lo que sume al conocimiento de lo que somos y lo que seremos será siempre positivo.

Jefe del Departamento de Filosofía y Teología de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM). Es Dr. (c) en Humanidades por la Universidad de Piura y maestro en Filosofía por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Autor del libro "La trama invisible de lo útil. Reflexiones sobre conocimiento, poder y educación" y de numerosos artículos académicos vinculados a la historia de las ideas, con énfasis en la historia conceptual, y en las relaciones entre conocimiento y sociedad en el Perú y América Latina.

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