No hay sociedad que pueda resistir una constante crisis política. Tampoco, hay sociedad que pueda soportar un proceso de estancamiento económico recesivo tan prolongado. Ambas situaciones, gravísima inestabilidad política y recesión económica, nos colocan ante la posibilidad de experimentar una de las peores situaciones de conflicto social que hayamos vivido como país. Quizás, incluso, la peor de todos. Porque se desarrollaría dentro de una de las mutaciones culturales de la historia: el amanecer de la divergencia transhumana con todo lo nuevo político, económico y tecnológico que conlleva.
En esa aurora de la incertidumbre, nuestra educación viene acusando un deterioro constante, que se arrastra desde las últimas décadas del siglo pasado. De ahí que en esta depreciación del saber se hayan formado un grupo importante de las personas que tienen diversos grados de responsabilidad en el Perú actual. Esto explicaría, en parte, a las decisiones insensatas que se vienen tomando en varios ámbitos desde hace unos años, las mismas que ocasionan más problemas que los habituales. La crisis de los liderazgos debido a las deficiencias formativas es tal magnitud, que pone en riesgo la continuidad de nuestro país. Porque no hay nada más dramático que la ausencia de conocimientos efectivos ante situaciones de alta complejidad.
Pero si ya la situación de los liderazgos actuales resulta penosa, aun es más preocupante la condición de los que se estarían formando en estos años. Pues la debacle de la educación peruana es tan grave que corremos el riesgo de carecer del mínimo de ciudadanos capaces de enfrentar las nuevas circunstancias en términos sociales. Quizás, por nuestras limitaciones actuales, no podemos ver la envergadura del desastre educativo. Pues no se trata de que existan algunos pequeños bolsones de relativa calidad formativa, en la que algunos individuos logran algo de realización en sus vidas. Se trata del desastre educativo para la inmensa mayoría de compatriotas, quienes que por sus paupérrimas capacidades no estarán en condiciones de adaptarse a las nuevas circunstancias globales. Poblaciones inutilizadas por la pobreza de su educación, al margen de toda posibilidad de desarrollo integral.
Los constantes malos resultados de la evaluación PISA revela una situación estructural. Que se une a la prolongada crisis política, a las crisis de representación y a la incapacidad de proponer soluciones creativas y audaces al estancamiento económico recesivo. Esta década infausta del Perú contemporáneo, nos está preparando para experimentar una crisis de proporciones mayores, cuyo resultado fatal sería la peor de las servidumbres, la que emerja de la ignorancia y de la incapacidad de poder conducirnos como sociedad. Cuando una sociedad es incapaz de conducirse, es porque está al borde del peor de los abismos. Por muchas razones debemos pensar esta situación más allá de los actores coyunturales. Porque es más profunda de lo que creemos. Y mucho más grave de lo que parece.
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