Como director de distintas unidades, me ha tocado en distintas ocasiones exponer como invitado en conferencias, eventos o seminarios. En alguna de estas oportunidades, he comprado un terno para una ocasión especial que luego continué utilizando en otras conferencias.
Como parte del ambiente de negocios en el que hemos crecido, se nos enseñó que una primera impresión debía darse con un código de vestimenta formal, la cual hemos obedecido fielmente como parte de nuestro proceso de ascender y avanzar en nuestras carreras.
El atuendo tradicional formal es una opción segura, casi inmune a las reglas de etiqueta con las que selectivamente se juzgan a las personas. Casi siempre ha resultado una opción más fácil de elegir para poder enfocarnos en cosas más importantes en nuestro trabajo. Sin embargo, tras los años que nos ha tocado vivir en teletrabajo durante la pandemia por la COVID-19, en los que nos acostumbramos a los polos, pantalones y ropa cómoda, nuestro concepto de tolerancia al confort ha cambiado.
El código de vestimenta laboral se ha flexibilizado en este regreso a las oficinas, y es una práctica que debemos invitar a hacer a las empresas que aún no han experimentado en aflojar un poco la corbata ocasionalmente. Me resulta cada vez más común ver colegas en otras empresas que realizan publicaciones mostrando la comodidad de sus vestimentas, cambiando los zapatos lustrados por unas zapatillas y las corbatas por un botón del cuello de la camisa desabrochado.
Y la razón va más allá que la búsqueda del confort, sino que se trata de mostrarnos como realmente somos en la oficina. Si lo pensamos bien, esto tiene mucha lógica. La autenticidad manda un mensaje claro sobre nuestra identidad. Y resulta una doble ganancia para las empresas, pues el esfuerzo que les ahorramos a nuestros trabajadores de invertir en alinearse con la etiqueta y a sentirse más cómodos son esfuerzos que podrán dedicar a enfocarse en las cosas que realmente importan en la oficina: su propio desempeño.
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