“Como sociedad conviene plantearnos un cierto estándar de exigencia hacia las personas que seguimos y a las que damos poder; no conformarnos con un líder con carisma, sino buscar que también tenga inteligencia, un cierto rigor y ejemplaridad; es decir, que además de carismático tenga calidad humana”.
Rafael San Román
Durante la última semana fuimos testigos de diversos acontecimientos en el ámbito político que han paralizado al Perú ante la incertidumbre de un desenlace que podría tener un cariz más dramático. A su vez, el proyecto de adelanto de elecciones presentado el domingo por la nueva presidenta de la república genera muchas dudas sobre su cumplimento en el plazo proyectado. Detrás de estos hechos, vemos una vez más cómo un expresidente termina por comparecer ante la justicia por romper el orden democrático, por actos de corrupción u otras razones reñidas con la ley. Estos hechos recurrentes, más allá del ruido político, demuestran la incapacidad de nuestros líderes para manejar al país.
Ante la crisis de los partidos políticos que puede observarse en muchas partes del mundo y que también aqueja a nuestro país, así como la polarización de las fuerzas políticas y la escasez de cuadros políticos que inspiren confianza, los peruanos nos preguntamos dónde podremos encontrar líderes con propósito que nos inspiren y sean capaces de asumir las riendas del país. La Constitución Política del Perú prácticamente no exige ningún requisito más allá de una edad mínima y ser peruano de nacimiento. En cambio, parece irónico que se exijan más requisitos para la contratación de personal de una empresa o de cualquier funcionario público. Pueden existir razones políticas que garanticen el acceso de cualquier peruano al mayor puesto del país. Sin embargo, la realidad demuestra que se necesitan otras habilidades para estar en capacidad de llevar a buen puerto al Perú.
El psicólogo español Rafael San Román planteaba en una entrevista para el diario La Vanguardia que, como sociedad, deberíamos plantearnos cierto estándar de exigencias de cara a las personas que seguimos y a quienes otorgamos poder. En otras palabras, deberíamos velar porque esos depositarios de nuestra confianza realmente cuenten con las capacidades y condiciones intelectuales, morales y hasta técnicas para llevar adelante con éxito el encargo de manejar un país. Son exigencias que también deberían aplicarse a nuestros representantes en el Congreso. No basta con el carisma que permite a los políticos influir en las personas, sino que, tras ese magnetismo personal, también pueda evidenciarse la integridad y la capacidad en su actuar profesional o laboral.
En tiempos pospandemia, los ciudadanos demandan en sus líderes valores más humanos y empatía a los demás. Después de haber sobrevivido a una pandemia, la gente es más sensible a estos aspectos, sobre todo en el contexto de un país fracturado como el Perú, donde conviven muchas realidades culturales, económicas y sociales. Se necesita un acercamiento genuino a esas necesidades y expectativas tan dispares de nuestros ciudadanos y a esa forma de ver el país que no siempre coincide con la de los líderes de turno, pero que, no por ello, es menos valiosa.
En tiempos de transformación digital y cambios tecnológicos disruptivos, se requiere un líder que, aunque no sea un experto, pueda comprender los alcances de la incorporación de esta tecnología en el bienestar de los ciudadanos, traducida en servicios públicos más eficientes, menos costosos y burocráticos. Esa visión debe ir de la mano con mejores condiciones de un país que permita asegurar una inversión privada importante, pero responsable. También debe generar ganancias para sus promotores, a la vez que contribuye con la generación de riquezas para el país, con respeto a los estándares ambientales y en cumplimiento de los requisitos mínimos exigidos en cualquier país desarrollado del mundo.
Los padres ven, con emociones encontradas, cómo se marchan sus hijos al extranjero. Por un lado, se sienten felices porque van a la búsqueda de nuevas oportunidades de estudio y de trabajo, a fin de alcanzar esa tranquilidad y prosperidad que nuestro país les niega. Por otro, sienten la tristeza de no verlos desarrollarse en su país ni disfrutar de su compañía. El líder al que aspiramos debe ser consciente de cuán importante es para nuestra sostenibilidad como país a futuro crear las condiciones que permitan a los jóvenes considerar la decisión de permanecer en el Perú como una opción real a futuro.
La educación es un sector clave para una revolución en la mentalidad de nuestros niños, quienes serán los ciudadanos del futuro y liderarán el cambio. Si tenemos a un líder que decide no invertir en ella, porque los frutos son a largo plazo, y solo busca rédito político a corto plazo, entonces él carece de visión a futuro para el país. Un mundo complicado y amenazado por guerras y epidemias, entre otros problemas que conciernen a toda la humanidad, exige un líder que gestione de manera adecuada su rol como mandatario de un país, pero con la conciencia de que integra una comunidad internacional donde el Perú es apenas es un pequeño engranaje de todo ese mecanismo global.
Existen muchas otras competencias y habilidades personales que se exigiría a un candidato a presidente del Perú, si me tocara ejercer como reclutador de una empresa de head hunters, donde los ciudadanos peruanos, desilusionados por las experiencias anteriores, serían los clientes que recurren a mis servicios en busca de alternativas. También existe otro conjunto de las llamadas habilidades blandas que, sin duda, tomaría en consideración al evaluar a los candidatos y trataría de contar con varias opciones que me permitan cumplir mis objetivos de selección con mayores probabilidades de éxito.
Es necesario recordar a Rafael San Román, quien sostiene que “como sociedad (peruana), conviene plantearnos un cierto estándar de exigencia hacia las personas que seguimos y a las que damos poder”. No debemos darnos el lujo de seguir equivocándonos, por el bien del país y el futuro que todos aspiramos.
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