La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), está conmemorando en estos días su 75º aniversario. Es una alianza militar compuesta ahora por 32 países norteamericanos y europeos para proporcionarse defensa colectiva y enfrentar los desafíos inherentes a conflictos armados en otras naciones. Desempeña un rol preeminente afianzando la seguridad trasatlántica desde su fundación, en 1949. Acabada la Segunda Guerra Mundial y en el marco del proceso de reconstrucción de Europa, había que superar las obvias animosidades alimentadas por esa mayúscula confrontación militar, para lo cual resultó indispensable la intervención protagónica de Estados Unidos como potencia foránea. De modo aún más relevante, la OTAN cumplió una función primordial liderando la coordinación militar entre países occidentales durante las décadas de la Guerra Fría signada por la rivalidad con la Unión Soviética y sus aliados del Pacto de Varsovia; y acabada ésta, ha ido redefiniendo su rol para encarar los nuevos desafíos de la seguridad global.
La OTAN fue fundada el 4 de abril de 1949, por 12 países, incluyendo los Estados Unidos, Canadá y varios países europeos, para proporcionarse entre ellos defensa colectiva contra posibles amenazas externas. Si bien el principal objetivo inmediato fue el de contener y responder ante los retos de seguridad planteados por la Unión Soviética y sus aliados, desde una perspectiva estratégica la OTAN fue concebida como engranaje principal de la “Pax Atlántica”, esto es, de un nuevo sistema de relaciones internacionales que corrigió los errores y omisiones del pasado, y que ha logrado proyectarse sobreviviendo a la Guerra Fría. Su primer secretario general, Lord Ismay, definió así el objetivo de la organización: “la tarea, la principal, la permanente y la absorbente tarea de la OTAN es evitar la guerra”.
La principal preocupación de los líderes de la OTAN durante la Guerra Fría no era una improbable invasión soviética de Europa, sino su posible mera amenaza del uso de la fuerza, lo cual podría haber surtido efecto intimidante sobre los ciudadanos. Ante ello, el enfoque principal de la OTAN durante sus primeras cuatro décadas fue disuadir a la Unión Soviética y a sus naciones aliadas, agrupadas en torno al Pacto de Varsovia, de no procurar erosionar la seguridad europea. La actuación de la OTAN fue fundamental para mantener el equilibrio de poder en Europa durante este período, y su estrategia de disuasión tuvo éxito en evitar un escalamiento de amenzas o una confrontación militar directa entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, en tanto estuvo respaldada por capacidades reales de preparación y disposición para usar la fuerza militar ante tal eventualidad.
El tratado constitutivo de la OTAN estableció el principio de defensa colectiva, que significa que un ataque contra un miembro sería percibido como un ataque contra todos los miembros, lo cual fue consagrado en su artículo 5º. Es revelador y acaso paradójico que esta norma nunca fue invocada durante la Guerra Fría y solo se ha recurrido a ella una vez, a raíz de los ataques terroristas contra los Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001.
Fuera de los escenarios territoriales de sus países miembros, la OTAN cumplió un rol protagónico para encarar la crisis de la disolución de exYugoeslavia, en la década de 1990, ejecutando operaciones militares en Bosnia, en 1995, y en Kosovo, en 1999. Esa ampliación de su ámbito geográfico de intervención se expandió a raíz de los ataques terroristas contra Estados Unidos, el 11 de septiembre de 2001. Aunque inicialmente la intervención militar occidental en Afganistán no se ejecutó bajo la bandera de la OTAN, ésta asumió funciones importantes en el control de la seguridad y en los esfuerzos de reconstrucción de este país. Luego, la intervención militar en Irak, en 2003, causó honda división entre los países miembros de la OTAN, pues Estados Unidos, el Reino Unido y otros aliados ejecutaron tal operación, mientras otros miembros como Francia, Alemania y Canadá se abstuvieron de participar o hasta se opusieron públicamente.
A pesar de su éxito en mantener la paz y la estabilidad durante la Guerra Fría y más recientemente en contribuir a las misiones de mantenimiento de la paz en escenarios distintos a los de sus países miembros, la OTAN enfrenta un nuevo conjunto de desafíos en el entorno global actual. Estos incluyen la cambiante dinámica geopolítica global, el aumento del terrorismo en distintas latitudes y la agresiva actuación militar imperial de Rusia. El ascenso de nuevas potencias económicas como China e India, junto con el resurgimiento de Rusia como potencia regional, ha llevado a una radical mutación en el equilibrio internacional de poder, creando nuevos desafíos de seguridad para la OTAN, que ésta viene procurando encarar.
El aumento del terrorismo global sigue siendo un reto importante que enfrenta la OTAN, en tanto plantea la necesidad de contar con nuevos enfoques estratégicos y operativos, así como de capacidades distintas de las convencionales, para enfrentar eficazmente a actores armados típicamente irregulares como el llamado Estado Islámico.
La relación de la OTAN con Rusia también es un desafío significativo. La anexión de Crimea y el conflicto en curso en el este de Ucrania han aumentado las tensiones entre la OTAN y Rusia. La Organización ha respondido aumentando su presencia militar en Europa del Este y mejorando sus capacidades militares. Sin embargo, esto también ha generado un mayor escalamiento militar por parte de Rusia, que percibe las acciones de la OTAN como una amenaza para su propia seguridad.
La creciente tendencia del nacionalismo y el populismo en algunos estados miembros de la OTAN también es un desafío para la organización. Esta tendencia ha llevado a un aumento del sentimiento anti-OTAN y anti-UE, lo que ha hecho difícil mantener la unidad dentro de la organización. Además, la brecha económica y política entre los Estados Unidos y Europa y la cambiante prioridad política de los Estados Unidos también han amenazado el futuro de la Organización.
Pero, paradójicamente, un desafío mayúsculo para la OTAN es el insuficiente apoyo europeo, en términos de reconocimiento por parte de la opinión pública como también a nivel presupuestal. Esto podría traducirse en la reemergencia de una actitud ciudadana de apaciguamiento y condescendencia ante los crecientes riesgos de seguridad planteados por Rusia, con la expectativa de evitar una confrontación bélica. A la vez, una tercera parte de sus miembros todavía no cumplen con el acuerdo adoptado e 2014 de destinar no menos del 2% de sus respectivos PBIs en gastos para la defensa. Acaso a ellos convenga recordarles la frase del general británico Bernard L. Montgomery: “La paz en el mundo moderno no puede garantizarse sin poder militar, y esto cuesta dinero”.
La actitud de los miembros europeos de la OTAN tiene como correlato el desmedido predominio de Estados Unidos dentro de ella, desde su fundación. El general Dwight Eisenhower, primer comandante supremo aliado en Europa de la OTAN, concibió el rol de Estados Unidos dentro de la organización y el despliegue de tropas de su país en Europa como una situación transitoria, hasta que ésta recuperase sus capacidades militares dañadas por la Segunda Guerra Mundial. “Si en 10 años todas las tropas estadounidenses estacionadas en Europa con fines de defensa nacional no han sido devueltas a Estados Unidos”, escribió sobre la OTAN en 1951, “entonces todo este proyecto habrá fracasado”. Sin embargo, ahora, al conmemorarse el 75º aniversario de la OTAN, 90 mil soldados estadounidenses siguen estacionados en Alemania, Italia, el Reino Unido y otros países del viejo continente, lo cual constituye casi la quinta parte de todas las tropas de las que dispone la Organización para despliegue inmediato. A nivel presupuestal la situación no es mejor: desde aproximadamente 1960, la participación de Estados Unidos en el PIB aliado ha promediado aproximadamente el 36%, mientras que su participación en el gasto militar aliado ha sido más del 61%. Es muy revelador que el comandante supremo aliado en Europa de la OTAN nunca ha sido europeo.
A la vez, ese desmedido predominio se traduce en un magnífico negocio para el complejo militar-industrial de los Estados Unidos, pues alrededor del 63% del equipamiento militar adquirido por los países miembros de la Unión Europea en 2022-23 provino de ese país. Esto colisiona con la nueva Estrategia Industrial Europea de Defensa, publicada por la Comisión Europea en marzo último, que prevé gastar la mitad de su presupuesto de adquisiciones militares en artículos producidos en Europa para 2030.
Dentro de un entorno signado por nuevas y variadas polarizaciones geopolíticas, por la emergencia de amenazas no convencionales a la seguridad internacional, por la erosión u obsolescencia de los mecanismos de gobernanza global, y por la difusión de nuevas tecnologías de alto potencial destructivo, la presencia eficaz de la OTAN sigue siendo invalorable como factor disuasivo y de contención. Los riesgos son variados, así como externos e internos, lo cual plantea la necesidad de nuevas conceptualizaciones y nuevos instrumentos para proteger la ansiada y esquiva paz mundial. La OTAN seguirá estando en primera fila para dar cara a esos retos.
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