Uno de los aspectos que más llama la atención de la sentencia del juez Raúl Jesús Vega es que no solo implica al autor de “Plata como cancha” (Penguin Random House, 2021), el periodista Christopher Acosta, sino también a Jerónimo Pimentel, el director de la casa editora que publicó el libro. En casos anteriores, la acusación (pública o judicial) por difamación casi siempre era dirigida contra el escritor o el periodista, lo que luego se convertía así en un duelo personal que podía durar varios meses o años. En esta ocasión, sin embargo, el fallo involucra al editor, lo cual significa que no solo se trata de un golpe contra la libertad de expresión, sino contra la libertad de imprenta. Un tema sobre el que se ha escrito e investigado poco en la historia de nuestro país y que ahora ha vuelto a las primeras páginas.
En otros tiempos, quienes enfrentaban los problemas que podían surgir tras la publicación de un libro no eran los autores, sino los editores, ya que eran ellos quienes eran culpados por difundir la información que era considerada falsa o calumniosa. Fue recién después, con el posicionamiento de la figura del autor ante los medios, que el escritor empezó a ser perseguido con mayor vehemencia. Al atacarlo, el interesado gozaba de mayor exposición y tal vez podía despertar algunas adhesiones. Lo que ha sucedido ahora pareciera un regreso a las épocas en que los gobiernos de turno no tocaban al periodista, pero sí iban a los talleres para destruir la imprenta. Si César Acuña fuera presidente, ¿qué es lo que habría hecho? Por lo visto, no parece haberse dado cuenta de la dimensión de su acusación, pues destruir una imprenta significa hoy echar abajo una larga cadena de personas e instituciones que ya no son indolentes ante actos como estos. El contexto ha cambiado.
Quienes no han cambiado todavía son los lectores honorables, que no pueden soportar una imagen distinta a la que ellos tienen de sí mismos y castigan a quienes se atreven a dar una opinión sobre ellos. A Acuña debe serle difícil leer un libro, cualquier libro, pues en el paisaje peruano solo puede encontrarse él mismo. Una perspectiva y una idea de la sociedad, de la cultura y la política muy aburridas, pues la gracia de los libros se encuentra en la posibilidad de ofrecernos algo diferente y no más de lo que ya conocemos.
Esperemos que una situación como esta no ahuyente a los periodistas y escritores cuyo trabajo se basa en la investigación y no en la repetición de lugares comunes. El amedrentamiento no es un lenguaje, sino un signo de intolerancia. Por otro lado, también esperamos que las rotativas tampoco dejen de funcionar.
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