El colador es un filtro. Imaginemos que estamos haciendo un jugo de naranja: en la parte superior, donde caerá el jugo, después de haber exprimido la naranja, ponemos el utensilio (el colador) con la finalidad de que en su red se queden atrapadas las pepas. ¡Qué fácil que es filtrar en el mundo de lo cotidiano-material! Pero ¿qué pasa con lo cotidiano subjetivo? Pues, no se puede filtrar, porque muchas veces esas “pepitas” que están de más, son piedra angular de un edificio mayor en el que habitamos: la ideología.
La definición más común que suelen dar de la “ideología”, algunos pensadores conservadores, que es como un lente que distorsiona la realidad y te hace ver todo “patas arriba” es bastante deficiente, porque ignora una serie de cambios que la modernidad ha introducido en el pensamiento filosófico.
En primer lugar, gracias a Nietzsche, con su famoso “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”, sabemos que el lenguaje conlleva una gran carga, no solo emocional, sino también ideológica. Que cualquier término que nosotros usemos de manera despreocupada, puede ser una metáfora fosilizada que oculta debajo de sí “restos fósiles” de alguna ideología subyacente.
Por ejemplo, “emprender” para nosotros es un término comercial; pero, originalmente, empresa era un término bélico. Podemos decir, exactamente lo mismo de “campaña”. Y la lista puede ser infinita (“conquistar” a una mujer, etc.). En donde menos los esperamos estamos utilizando terminología bélica.
En segundo lugar, la modernidad, con su alto grado de secularización, nos privó de un gran referente moral, axiológico y epistemológico: Dios (llamado por muchos filósofos “El garante de la realidad”). Otra vez el aporte viene de Nietzsche con su famosa frase “Dios ha muerto”. Frase que no es ninguna invitación al ateísmo, sino el diagnóstico cultural de nuestra época: los valores de los cuales Dios, otrora, era garante (verdad, belleza, justicia y unidad) han muerto y su lugar ha sido llenado por valores industriales (utilidad, rapidez, eficacia, análisis costo-beneficio, etc.). Entonces. ¿cuál sería una definición más acertada y moderna de ideología?
Para contestar a esta respuesta vamos a acudir al célebre filósofo esloveno Slavoj Žižek. Una ideología exitosa es algo que se vuelve parte de nuestro sentido común; cuando más intentamos escapar de ella, es cuando más sumergidos en ella nos encontramos.
Pensemos en la boda de Belén Barnechea. Creamos en su punto de vista. En ningún momento se quiso representar la esclavitud, sino una antigua fiesta moche. Bien, entonces podemos decir que Belén intento salir de “lo común” y querer rescatar parte de nuestra historia precolombina. ¿Por qué, entonces, se prestó el acto a tamaña mala interpretación por parte de la gran mayoría de peruanos? ¿Por qué a Belén se le hizo más fácil creer que la indignación de los pobladores no era real y se trataba más bien de una cortina de humo propagada por el gobierno? ¿Por qué cuando se intentó hacer un acto reivindicativo terminó teniendo ese vaho a insulto?
Nos aventuramos a responder que por cuestiones ideológicas. Cuando una ideología es exitosa, se vuelve el nuevo sentido común por el que regimos nuestro actuar. No se puede colar. Porque es parte del edificio en el que habita nuestra psique, una serie de ladrillos simbólicos que articula nuestra manera de pensar. Creemos que la boda, así haya tenido buenas intenciones, dejó ver alguna ideología nostálgica y lamentablemente, con vigencia en el Perú: el colonialismo.
Comparte esta noticia
Siguenos en