Recientemente leía “Capitalismo y felicidad” de Milton Friedman y pensaba: “aun discrepando de tantas cosas con el autor, ¿qué puedo rescatar de él?” Grosso modo, la tesis de Friedman es la siguiente: el contrato social debería tener solo acuerdos mínimos, todo lo demás es un recorte a las libertades de los ciudadanos, que, si son guiados solo por sus intereses individuales, y encuentran a través de la oferta y la demanda las soluciones a sus problemas, todos tendrán un mejor estilo de vida y mayor libertad.
El problema, a mi juicio, es el exceso de entusiasmo de Friedman. Mismo exceso que lo lleva afirmar que existan leyes de tránsito que nos obliguen a usar el cinturón de seguridad en los asientos de los vehículos es una intromisión gubernamental inaceptable. También, afirmaba Friedman, el gobierno no debería fijar un pago que sea considerado el salario mínimo. Ese debe ser un asunto entre empleador y empleado.
Bien, pues, con que me quedé finalmente: con el elogio que podemos hacerles a nuestros ancestros que, efectivamente, trabajaron de sol a sol para que no faltara el pan en la mesa. Con el pensamiento utilitario, pero bien intencionado de nuestros mayores y de muchos otros peruanos, que no tuvieron la oportunidad de ir a la universidad, y aun así se empleaban, sin importarle cuestiones como la vocación o el pensamiento positivo en la empresa. Ellos querían que no faltase el trabajo, trabajaban de lo que sea, pero algo se debía de llevar a la casa. Discrepo con Friedman en sus propuestas, pero comparto el elogio que hace de la gente de antes y su ética laboral.
Podemos aplicar este mismo criterio a otros autores económicos controvertidos como Karl Marx. Qué podemos rescatar de él, sabiendo incluso que debemos discrepar con él, si queremos pensar democráticamente, en su defensa del uso de la violencia. Propongo rescatar su concepto del “fetiche de la mercancía”. Concepto que muy agudamente nos recuerda que el ser humano moderno, otrora tribal, sigue adorando a tótems, a objetos sagrados.
En las sociedades modernas, ese lugar, ahora, lo ocupa la mercancía: el calzado o la ropa de alguna marca prestigiosa o el teléfono móvil de alguna empresa tecnológica reconocida por ser innovadora. Esa cuasi adoración por la mercancía oculta muchas veces una cadena de explotación. Hay muchas marcas de calzado deportivo que emplea a gente en China o Vietnam en pésimas condiciones laborales y con una muy mala remuneración, pero nosotros, al embelesarnos por la belleza del calzado que vamos a comprar, no nos interesamos para nada por la cadena productiva precedente a que el producto estuviese en el mostrador de alguna tienda.
En ese contexto, no debemos olvidar las pretensiones de Adam Smith, la economía como una extensión del pensamiento filosófico moral. A través de la ética se busca la vida buena, a través de la política se busca la vida buena compartida en comunidad. La economía debería ayudar tanto a la ética como a la política para la consecución de estos fines nobles.
Leamos a los autores económicos sin prejuicios. De esta manera, podemos aplicar ideas diversas y útiles en nuestra vida; también ejercer un derecho a voto mejor informado. Porque, aunque no lo parezca, la economía en sus bases filosóficas y etimológicas está más cerca de una ama de casa tratando de administrar bien los recursos del hogar que de un especialista haciendo proyecciones de crecimiento de alguna empresa particular que están siendo proyectadas en un ecran. Esta crisis inflacionaria que estamos padeciendo todos los peruanos nos recuerda que la economía es un asunto de todos nosotros, los ciudadanos, no solo de los economistas.
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