En una solitaria isla un brillante sol ilumina la arena, las aguas de la playa cuyas olas discurren y terminan espumosas en la orilla, una y otra vez. La brisa viaja y bajo la reconfortante sombra de una palmera, yace un hermoso hombre, desnudo y tendido sobre una toalla cruzando sus brazos tras su cabeza mientras los rayos solares reflectan en sus gafas negras. Los pectorales de su tórax acompañan una acompasada respiración y una gota de sudor recorre la línea alba de su firme abdomen. De pronto, alta y voluptuosa, una hermosa y desnuda mujer sale de la playa y acerca sus pasos hacia la acogedora palmera, se interna en su sombra y se acuesta toda sobre él y él se quita las gafas, la toma en sus brazos. El sol brilla, la brisa acaricia la piel, una bandada de gaviotas cruza el cielo. Él la abraza, acaricia su cintura. Ella está de perfil recostada en su brazo, descansando la suave piel de su muslo sobre un palpitante vientre varonil.
Ha anochecido. Las olas se agitan sobre un fondo oscuro e infinito. Metros antes de la orilla, la luz de una fogata ilumina a dos amantes sentados sobre la toalla. Él, que ahora viste un polo y short blancos, toca una guitarra, ella escucha. Ella, que ahora viste una camisa de él, y una falda diáfana, besa su mejilla, él siente ese beso. En ese instante, mientras rasguea la guitarra, se queda absorto observando el fuego ¿Es un tipo de ser, si tiene movimiento?, se pregunta. Ella le susurra amor al oído, le acaricia el cabello, lo abraza de la cintura. Él detiene la música y del bolsillo de la camisa que ella viste saca un anillo con una piedra de diamante. Muy silenciosamente toma su mano de ella y le pone la joya en su dedo anular. Ella lo besa, se miran detenidamente y se dejan caer nuevamente cada uno en los brazos del otro. El fuego sigue crepitando las leñas y al lado hay una guitarra sobre la arena, muda. Mientras tanto, él se percata que no hay ningún otro ruido excepto el de la playa. Las aves duermen, le dice ella. Pero él tiene la firme convicción de que el tiempo se ha detenido. Es de madrugada en una playa, le dice ella revoloteándole sus cabellos. Entonces, se genera un silencio entre él y ellas ¿Y si ya no amaneciera nunca?, le pregunta mirándole detenidamente a los ojos. Con ternura, ella le toma con ambas manos su rostro, para decirle no pienses esas cosas.
Ha amanecido. Sobre una gélida mesa de metal de una fría habitación, yace muerto el cuerpo de un hermoso hombre, luego de un año de coma. La degeneración de los ganglios basales y neuronas al interior del encéfalo atrofiaron toda articulación corporal, verbal y capacidad cognitiva. Un médico ha entrado a la habitación. Se inicia la autopsia. Unas gaviotas vuelan y cantan en esa gris mañana.
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