A nivel mundial, las cifras de seguridad cibernética son alarmantes. Según datos de la empresa de seguridad Purplesec correspondientes a 2023, el costo anual de los ciberataques en el mundo se estima en $6 billones, lo que representa el 1% del PIB mundial y afecta a 71.1 millones de personas cada año. En 2019, RSA cifró que el 70% de los fraudes digitales se realizan a través de dispositivos móviles. Por otro lado, según Nira en 2022, se produce un ciberataque cada 39 segundos y se bloquean alrededor de 24,000 aplicaciones al día de las tiendas de aplicaciones, donde 1 de cada 36 teléfonos móviles instala aplicaciones de alto riesgo. A pesar de estos datos, y de la reciente negativa de la FDA, Elon Musk ha anunciado que en seis meses se implantará el chip cerebral de su empresa Neuralink, que estará interconectado con dispositivos celulares.
El control de máquinas a partir de impulsos cerebrales no es algo nuevo. Los interfaces hombre-máquina existen en la actualidad y permiten controlar dispositivos y hardware sin la necesidad de una acción física. Existen varios fabricantes que utilizan electrodos que se enlazan con el córtex cerebral o los distribuyen en diferentes puntos de la cabeza para poder diferenciar entre las respuestas racionales y automáticas del cerebro. En los laboratorios de neurociencias, hace años que se trabaja con instrumentos de este tipo.
¿Cuál es la diferencia, entonces, con el planteamiento de Elon Musk y su Neuralink? La respuesta es sencilla. En la actualidad, se utilizan sensores, como electrodos, que captan los impulsos eléctricos del cerebro, que son interpretados para dar lugar a una acción en una máquina o para permitir medir la respuesta del cerebro ante estímulos. En otras ocasiones, se utilizan indicadores fisiológicos, como el análisis de micro-expresiones faciales, para interpretar la respuesta fisiológica automática no controlable del individuo, lo que resulta en un procedimiento no invasivo. En cambio, el planteamiento de Neuralink va mucho más allá, ya que busca eliminar las interferencias causadas por problemas en la conductividad y los márgenes de error de los modelos de interpretación computacional, e incrementar la precisión en la conexión con neuronas específicas a través de la instalación de un chip. Esto se podría ver como someterse a una neurocirugía por el simple propósito de interactuar con una máquina.
En realidad, se trata de algo más que eso. Existen problemas de orden médico causados por la pérdida de interconexión neuronal que podrían ser solucionados con esta tecnología, como es el caso del Parkinson. Si bien ya existen dispositivos que han demostrado ser eficaces para tratar problemas físicos, como el implante coclear, que permite recuperar la audición, la cuestión que se plantea es la seguridad del usuario al interconectar dispositivos como el teléfono celular, que son susceptibles a la manipulación.
Sobre esto último, es pertinente preguntar qué se está haciendo para asegurar la seguridad de aquellos primeros pacientes. Pues, como nos demuestra la historia, los ciberdelincuentes siempre han ido un paso adelante de todas las empresas tecnológicas. Por ello, es necesario que cada paso que se dé en favor del avance tecnológico venga con un conjunto de medidas éticas y profundamente estudiadas, pues la mente humana no es precisamente un laboratorio de pruebas.
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