Resulta siempre muy grato escuchar en eventos académicos y empresariales que “el futuro se construye”. Esa frase ha sido el fundamento de los modernos estudios del futuro desde los años cincuenta del siglo pasado, y se ha venido repitiendo en los círculos académicos de las principales escuelas de pensamiento futurista y hoy también en las escuelas de negocios y en los círculos empresariales.
“El futuro no existe predeterminado, sino que se construye a partir del presente”. En realidad, esta es la expresión completa. Y eso permite la apertura del pensamiento para identificar, diseñar y construir escenarios futuros. A lo largo de más de 60 años de evolución de la escuela de la prospectiva, sabemos que no basta con repetir como mantra “el futuro se construye”, sino que lo que marca la diferencia entre personas y organizaciones es que pasan del mantra a la acción.
Consideremos una analogía. En un terreno baldío comienza a construirse un condominio de 15 pisos. El proyecto ha congregado a una serie de personas, arquitectos, inversionistas, ingenieros, maestros de obra, operarios, proveedores de materiales, de concreto y de acabados. Podemos decir que todos ellos están directamente involucrados en la construcción del condominio. Pero la obra también ha captado la atención de los vecinos del barrio donde se construye, de los transeúntes que pasan por la zona, que se quedan unos minutos a contemplar cómo se va haciendo cada piso del condominio. Solo miran, y quizás repiten frases como “qué rápido se construye el edificio”, que poco a poco, de tanto repetirlo, se convierten en mantras.
Pero el solo hecho de recitar esos mantras no te hace constructor del condominio y tu intervención en el proceso de edificación es nula. Quizás en algún momento, de tanto visitar el lugar de la obra, te animes a comprar uno de los apartamentos. Pero eso tampoco te hace constructor del condominio, puesto que comprarás uno de los apartamentos que diseñó el arquitecto, de acuerdo con sus particulares gustos y preferencias, que no necesariamente coinciden con los tuyos. Pero, ni modo, una vez construido el edificio solo te queda escoger uno de los modelos de apartamentos.
¿A qué viene el ejemplo? A que, a diferencia de lo que ocurre en Europa, Asia o América del Norte, en América Latina la mayoría somos espectadores de la construcción del futuro, nos pasamos días, meses, años comentando lo rápido que se construye el futuro, cómo va a afectar a nuestras naciones, pero no nos involucramos en los procesos mismos de construcción del futuro. Solo recitamos el mantra “el futuro se construye”. Mucho verso y poca obra.
Y es que el mantra seduce. Pensamos que, con repetirlo hasta el cansancio, el futuro que se construye es aquel que nos va a favorecer o que la utopía que imaginamos se hará realidad por generación espontánea.
En mi columna anterior, mencioné el tema del grafeno y sus potencialidades futuras, especialmente en la nueva industria automotriz basada en la locomoción eléctrica. Esta semana el gobierno español hizo un anuncio espectacular, inyectará, según el diario El País, 4,295 millones de euros para la reconversión de la industria española hacia la fabricación de autos eléctricos, que ya es el nuevo paradigma del transporte, con lo que se apoyará a las nuevas empresas de base tecnológica que vienen trabajando con litio y grafeno. Están construyendo el futuro.
Si bien esa cantidad que invertirá España parece impresionante, es mucho menos que lo que nos costará la modernización de la refinería de Talara, aproximadamente 5,700 millones de dólares. En un contexto global en que se privilegian las energías renovables, nos damos el lujo de seguir apostando por los combustibles fósiles. ¿Se imaginan si todo ese monto se hubiera invertido en energías amigables con el medio ambiente, qué cambios estaríamos viendo? Obviamente, no estaríamos tan expuestos a los cambios en la cotización del barril de petróleo, que impactan los costos internos y generan inflación. Solo piensen por un momento, si una pequeña parte de ese monto invertido en la refinería se hubiese usado para la reconversión del parque automotor de camiones antiguos por modernos cambios híbridos (diésel-electricidad).
Pongámonos los overoles y manos a la obra. El futuro requiere de más constructores y menos espectadores.
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