El 1 de febrero pasado, 69 congresistas de la República votaron una ley que empieza la contrarreforma universitaria en el Perú, mediante la desnaturalización de la función reguladora de la SUNEDU. Es un acto que atenta contra el desarrollo económico y social del país, el bienestar de su población y las oportunidades de una mejor vida para la juventud peruana. Se merece la calificación de un crimen.
Más allá de los argumentos demagógicos, que justifican haber tomado esta decisión “para ampliar la autonomía de las universidades”, “defender a los alumnos desplazados y a los padres de familia”, la mayoría de los congresistas parecen estar convencidos de que esta ley no va a afectar el desenvolvimiento económico del país. Piensan que el crecimiento económico del país depende exclusivamente de unas cuantas grandes inversiones extranjeras en minería, gas y petróleo, y que cualquier medida que se tome en el campo educativo no va a afectar este resultado. Piensan que la educación y la economía van por carriles separados. Grave error.
Peter Drucker, uno de los padres de la administración moderna, había planteado que, desde fines del siglo XX, nos encontramos en la “sociedad del conocimiento”. Precisando lo siguiente: “El recurso económico básico ya no es el capital, ni los recursos naturales, ni el trabajo. Es, y seguirá siendo, el conocimiento”. “La riqueza es creada ahora por la innovación, el emprendimiento y la productividad, aplicaciones del conocimiento a la producción” (*).
Joseph Schumpeter, uno de los grandes economistas de todos los tiempos, refuerza esta idea cuando afirma: “El impulso fundamental que encuadra y mantiene el motor capitalista en movimiento viene de los nuevos bienes de consumo, los nuevos métodos de producción o transporte, los nuevos mercados, las nuevas formas de organización industrial que la empresa crea” (**). Es decir, la innovación es el motor del crecimiento.
En las sociedades modernas, las instituciones que recogen, organizan y transmiten el conocimiento, y lo que es más importante, crean nuevo conocimiento mediante la investigación, son las universidades. Cumplen dos funciones básicas: (i) recoger el conocimiento más avanzado a nivel mundial, y (ii) crear nuevo conocimiento para resolver los problemas del país y las empresas, y aprovechar las oportunidades que posibilitan la ciencia y la tecnología, a través de innovaciones y mejoras que se aplican en todos los campos de la actividad humana. Estas dos funciones básicas no las cumplen las universidades de baja calidad que algunos congresistas quieren perpetuar y generalizar.
Los múltiples rankings de universidades que circulan en los medios académicos y empresariales comprueban la correlación directa que existe entre el número de universidades de calidad con el nivel de desarrollo de los países que las albergan. En el ranking de QS, uno de los más reconocidos, entre las primeras veinte universidades se encuentran: 10 de Estados Unidos, 5 del Reino Unido, 2 de Suiza, 2 de Singapur y 1 de China. Todos países desarrollados. En América Latina encabeza la lista la Universidad Católica de Chile, seguida de universidades de Brasil, Argentina, México y Colombia; el Perú viene en sexto lugar, bastante rezagado. La contrarreforma nos va a postergar aún más.
En esta relación universidades de calidad y nivel de desarrollo del país, lo que importante es la causalidad. Algunos de los congresistas anti SUNEDU dicen que en la medida que el país se desarrolle (producto de las inversiones en recursos naturales) las universidades irán mejorando automáticamente de calidad, y por lo tanto no hay que preocuparse del bajo nivel actual. Otra idea completamente equivocada, pues la causalidad es al revés: los países se desarrollan porque tienen universidades de calidad. Ellas son las que crean conocimiento y lo transfieren a la economía mediante los tres mecanismos mencionados: innovación, emprendimiento y productividad.
Esto ha sido comprobado en múltiples ocasiones, pero hay dos investigaciones recientes que no dejan ninguna duda al respecto. Se trata del aporte al desarrollo de Estados Unidos protagonizado por dos de sus mejores universidades: MIT y Stanford. Hasta el 2012, los egresados de estas dos universidades habían creado 65,700 empresas, 8.7 millones de empleos, y 30,000 organizaciones sin fines de lucro, que en conjunto representaban el 14.5% del PBI norteamericano en ese año (***). Entre las empresas creadas por los egresados de ambas universidades se encuentran: Intel, Google, Texas Instruments, HP, McDonell-Douglass, Nike, Tesla, Cisco, Gillete, Netflix, GAP y Koch Industries.
Estas investigaciones demuestran el enorme impacto que pueden tener las universidades de calidad en la orientación y el logro del desarrollo económico, social y cultural de sus países. De hecho, definen por dónde deben transitar y a dónde quieren llegar los países. Por oposición, estas investigaciones también prueban que las universidades de baja calidad no sólo no tienen impacto en el desarrollo, sino que son la garantía de una sociedad mediocre, ignorante, atrasada, pobre, informal; es decir, van a perpetuar el subdesarrollo. Por ello no dudo en calificar lo hecho como un crimen; aunque estoy seguro que las nuevas generaciones les pasarán la factura a los congresistas (y sus partidos) responsables de este trágico retroceso.
[*]. Drucker, P, (1994), “La sociedad post capitalista”.
[**] Schumpeter, J, (1942) “Capitalismo, socialismo y democracia”.
[***]. Me costó trabajo aceptar estas cifras, y en particular el aporte al PBI de ambas universidades; por ello, presento las dos investigaciones mencionadas: (i) Roberts E, Eesley C, (2009), “Entrepreneurial Impact: the role of MIT, Kauffman Foundation; (ii) Eesley C, Miller W, (2012) “Stanford University Economic Impact via Innovation and Entrepreneurship, Stanford U. Para los que tienen problemas con el inglés pueden consultar: Villaran F (2013) “Educación emprendedora en la educación básica”, IPEBA, MINEDU.
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