Con el estreno en la cartelera peruana de 'Licorice Pizza', cinta nominada a tres premios en los Oscar 2022, RPP Noticias conversó con cuatro críticos para entender la relevancia de Paul Thomas Anderson en el cine actual.
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Desde chico, en su escuela del Valle de San Fernando, California (EE.UU.), Paul Thomas Anderson vaticinaba que de grande sería un gran cineasta. "Voy a ganar el premio de la Academia", le decía a su profesora. Su profecía, sin embargo, se cumplió a medias: con nueve largometrajes que marcan una trayectoria brillante, iniciada a fines de la década de 1990, el director ha sido nominado casi una docena de veces a los Oscar, pero nunca ha conseguido hacerse de una estatuilla.
A estas alturas, ¿interesa eso demasiado? "Paul Tomas Anderson no necesita un Oscar, creo que el Oscar lo necesita a él", sostuvo para RPP Noticias la crítica y directora Gisella Barthe en defensa del realizador estadounidense, quien en los Oscar 2022 candidatea en tres categorías gracias a su cinta "Licorice Pizza", estrenada el jueves en la cartelera peruana. Razón no le falta, alegarían los seguidores del director, a quienes le caería como guante el calificativo de hinchas.
Porque no importa si a Thomas Anderson el éxito en la Academia de Hollywood le ha sido esquivo: como apuntó el crítico Jaime Akamine, cada una de sus películas, por pomposo que suene, es un "acontecimiento cinemero", apreciado por igual en la crítica especializada y el público cinéfilo. De ahí que Renato León crea que en los Oscar 2022 "no tenga oportunidad". "Sus películas que ya fueron nominadas anteriormente no tuvieron la suerte de llevarse la estatuilla y eran las mejores por varios kilómetros".
Así, un alegre pesimismo flota entre quienes saben que con el autor de "Boogie Nights" los Oscar no es. Su aparición recurrente en la lista de nominados, según la crítica Leny Fernández, responde a que su "cine es tan estimulante que la propia Academia no puede negar su talento". Para ella, que no haya ganado premios puede deberse a la baja recaudación comercial de sus cintas, así como al hecho de que estas no se plieguen a "una agenda de temas" reivindicativos, hoy por hoy aplaudidos en Hollywood.
El "mejor" de los Sundance Kids
A fines de los años 90, una nueva generación de cineastas estadounidenses se gestaba en los márgenes de Hollywood y más cerca de Park City, condado del estado de Utah (EE.UU.) donde se celebra anualmente el Festival de Sundance desde la década de 1980. De esa camada de realizadores independientes, apodados "Sundance Kids" por el crítico James Mottram en su libro de título homónimo, Akamine no dudó en calificar a Paul Thomas Anderson como "el mejor".
Al igual que sus coetáneos —entre los que destacan nombres como Spike Jonze, Sofia Coppola, Todd Solondz, Wes Anderson y varios más—, el director de "Embriagado de amor" y "Magnolia", según Barthe, también buscaba construir "un universo purista" y exponer "sus más tormentosos universos personales" frente al "avance del mundo cibernético" y de las transformaciones culturales que en aquel momento parecía "sobrepasarlos".
Pero a diferencia de sus pares, Thomas Anderson "ha ido construyendo un estilo propio", en palabras de León. "Tal vez en sus primeros trabajos se podría encontrar ciertas correspondencias con algunos directores canónicos (recuerdo que se le emparentaba mucho con ciertos regodeos visuales de Scorsese) y un par de su generación noventera, pero realmente eso ha cambiado mucho", acotó Akamine.
León apuntó que "su obra no puede catalogarse de género, así haya algunos guiños al western, la comedia o el thriller". Y Fernández argumentó que si existe un cineasta al que podría comparársele, ese sería "James Gray, otro director con pocas oportunidades en Estados Unidos y salido de las canteras de los festivales". "Thomas Anderson es muy diferente de Wes Anderson, más cercano al estilismo francés, y también de Coppola, más intimista, con inclinaciones hacia lo pop", dijo.
Y es que, con el tiempo, su trabajo solo ha terminado pareciéndose a sí mismo. "Lee cualquier reseña (seria) de sus últimas películas y verás que, por lo general, se le compara con su propio cine, con sus propios filmes", apuntó Akamine. "Se ha vuelto un realizador autorreferencial".
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Una estética personalísima
Desde su debut con "Hard Eight" hasta la mitad de su carrera, antes del acontecimiento "Petróleo sangriento", podía verse en Paul Thomas Anderson un "gusto por las historias corales, suerte de rompecabezas que se armaban por la mano misteriosa del azar y del absurdo", reflexionó Akamine. Pero hoy el popular 'PTA' es "un cineasta muy 'libre'" que continúa desprendiendo "un amor inmenso por el cine clásico norteamericano".
"Podemos ver la herencia de Robert Altman en su cine, y también la huella de Robert Bresson en su constante estudio del rostro", manifestó Fernández. "Su estética transita entre los largos planos secuencia y, a la vez, una edición con múltiples cortes y uso exacto de la música en las escenas", agregó Barthe. Un sonido que, según León, "va acorde a la psique de cada uno sus personajes" y se ha convertido en una marca de agua en sus películas.
En tanto, sus historias están guiadas por determinadas obsesiones. En todas ellas, la gente trata de reinventar sus identidades: desde el tipo que busca convertirse en jugador profesional hasta el que aspira al estrellato porno o ve en las compras de pudín una búsqueda personal. Pero también, como rescató Fernández, sobresalen "las relaciones paterno-filiales, tanto biológicas como adoptivas, que son esas paternidades espirituales" presentes en "Boogie Nights" o "Petróleo sangriento", por ejemplo.
De este cóctel de referencias clásicas, cruzada con una asimilación personal de sus propios recursos, es que se nutre la cinematografía de Paul Thomas Anderson. O, como sintetizó Akamine: "Él transforma esa herencia y lo hace suyo, lo vuelca a su historia, su mirada, su impronta".
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Nueve largos hacen historia
No toma mucho tiempo sentarse a ver un ciclo fílmico de Paul Thomas Anderson. En total, sus nueve películas (incluida la reciente "Licorice Pizza") suman casi 21 horas de visionado que fácilmente podrían repartirse en una semana o, si el tiempo juega en contra, quince días. Que no sea un cineasta prolífico le otorga precisamente una mística, según Barthe, pues así "intenta ensuciarse lo menos posible con el sistema mercantilista y agobiante de la industria gringa".
Son esas pausas las que le han permitido forjar un "estilo teatral, cinematográfico, con personajes coloridos, extravagantes, falsos profetas, con doble discurso y toques shakesperianos", agregó la crítica. Y también, junto con varios atributos, las que han contribuido a hacer de él un director inclasificable. "Ha ido desarrollándose, mutando, descolocando y apuntando a otros horizontes, pero siempre tomando riesgos desde el propio andamiaje y andar de sus filmes", sostuvo Akamine.
Sin embargo, quizás su mayor relevancia en el cine contemporáneo sea su preocupación genuina por sus personajes, "tan atractivos como exasperantes", de acuerdo con León, y que para Fernández resultan "difíciles de desentrañar, con motivaciones abiertas a descubrirse" y cuya complejidad provienen del esfuerzo que el director pone en construir guiones potentes. Esa capacidad para observar al otro, sin discursos maniqueos mediante, hace de PTA un imprescindible.
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