En medio de una fuerte contaminación de los océanos, existen especies marinas que pueden dar señales de alerta temprana de riesgos potenciales para el ser humano en sus aguas.
El océano sirve de sumidero para muchas de las sustancias químicas que son liberadas en el medio ambiente. Estas sustancias contaminantes pueden llegar de forma natural o a través de actividades antropogénicas como la ganadería, la agricultura y la industria.
Los océanos de la Tierra están contaminados por una innumerable cantidad de sustancias que no solo afectan a las áreas limítrofes a los asentamientos humanos sino a todo el planeta debido a los procesos de transporte atmosférico y oceánico.
En este sentido, en los últimos años se ha ido prohibiendo o limitando el uso de muchas sustancias debido a sus efectos tóxicos. Sin embargo, siguen siendo un problema para la salud ambiental.
El océano es un recurso esencial pero finito, y solo estamos empezando a comprender los impactos de la contaminación en este ecosistema.
Efectos de la polución en los océanos
La contaminación de las aguas hace que sustancias nocivas entren a las cadenas alimentarias marinas y sitúa a los organismos que las conforman en una posición crítica de exposición a estas sustancias.
Muchos de los contaminantes del agua tienen capacidad de generar en los seres vivos alteraciones reproductivas, inmunitarias, nerviosas y comportamentales y pueden inducir cáncer. Sobre todo, cuando los seres vivos están expuestos de forma crónica a los contaminantes. Pueden llegar a estarlo, incluso, durante toda la vida.
Se trata de un tema complejo debido a la gran cantidad de sustancias químicas sintéticas introducidas en el medio ambiente. Además, la gravedad de los efectos producidos por los contaminantes puede variar según el tiempo de exposición, la especie, la edad, el sexo de los animales y el estado general del individuo. También por la presencia combinada de otros contaminantes.
Los efectos tóxicos descritos anteriormente, y otros que también se producen, están estrechamente relacionados con las enfermedades humanas, y se dan incluso en concentraciones extremadamente bajas.
¿Cuál es la situación de los mamíferos marinos?
Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, el 25 % de las especies de mamíferos marinos están en peligro de extinción. La contaminación del agua podría considerarse una de las principales razones de esta situación.
Así por ejemplo, en el mar Mediterráneo, la foca monje (Monachus monachus) y el delfín común (Delphinus delphis) están en peligro y el delfín mular (Tursiops truncatus) está considerado como vulnerable. Aunque existe aún poca información, parece probable que se deba en parte a la acumulación de tóxicos por la contaminación de las aguas.
A pesar de la especial protección que sufren estos animales, los expertos consideran que sigue existiendo una gran incertidumbre sobre los efectos específicos de los contaminantes en mamíferos marinos, en qué medida pueden producir estos efectos en su medio natural y qué impacto tienen sobre su dinámica poblacional.
Especies centinelas
Las especies centinela son organismos que pueden dar señales de alerta temprana de riesgos potenciales para el ser humano, de manera que se puedan tomar medidas preventivas a tiempo para evitar consecuencias sanitarias graves. Muchos de los animales proporcionan una información que a menudo se subestima o se malinterpreta.
El uso de animales como centinelas para la investigación biomédica no es nuevo. Así, en medicina forense se analizan cadáveres de animales y se utilizan canarios para advertir del riesgo de liberación de gases en las minas.
El uso de especies silvestres que viven en su medio natural como indicadores de riesgos para la salud humana y medioambiental ofrece varias ventajas. Se considera como la mejor forma de alerta de situaciones de riesgo para la especie humana.
Ya en 1996, la Agencia Europea de Medio Ambiente publicó un informe sobre sustancias químicas que alteraban el sistema endocrino. Las conclusiones incluían, ya entonces, la importante conexión entre el hombre y la fauna y la importancia de determinar qué especies podían actuar como centinelas válidos.
Los mamíferos marinos presentan una serie de particularidades fisiológicas que favorecen la acumulación de contaminantes:
Son animales que presentan una gran capa de grasa hipodérmica que recubre todo el cuerpo y que almacena eficazmente contaminantes. Tienen también una limitada capacidad para metabolizar y excretar este tipo de sustancias.
Suelen ser especies muy longevas, así que pueden estar expuestas a lo largo de toda su vida a altas concentraciones de contaminantes. La exposición a estas sustancias químicas se puede dar durante la concepción en el útero de la madre, durante la lactancia (algunos contaminantes se pueden eliminar a través de la leche materna) y durante la adolescencia y en la época adulta a través de la cadena alimentaria marina, sobre todo en las especies superpredadoras.
Estas características hacen que los mamíferos marinos sean considerados buenos indicadores de cambio en el medio marino y centinelas para la salud pública y la salud de nuestros océanos.
Además, son especies carismáticas que suelen favorecer una respuesta positiva en el comportamiento humano. Por lo tanto, es más probable que a través de ellos y su estudio se preste más atención a los problemas de salud de los océanos.
Indicadores de riesgos para la salud humana
Muchas de las enfermedades que pueden sufrir estos animales han demostrado tener implicaciones directas para la salud pública. Otras pueden ser indicativas de estrés ambiental.
Las belugas del estuario de San Lorenzo, situado en la costa atlántica de América del Norte y contaminado por compuestos orgánicos persistentes, han desarrollado una amplia variedad de neoplasias, muchas de ellas similares a las observadas en humanos. Esto también ocurre en el desarrollo de neoplasias producidas por metales como el cromo en ballenas. El cromo se utiliza como anticorrosivo y como colorante en muchas pinturas y es un potente carcinógeno en humanos.
Otro ejemplo es el uso de mamíferos marinos para evaluar el riesgo de exposición de compuestos orgánicos persistentes en personas residentes del Ártico que dependen de los recursos marinos. Estas especies capturan presas similares y muchas son a su vez consumidas por los pueblos indígenas. Además de neoplasias, estos compuestos pueden provocar alteraciones endocrinas, supresión inmunológica y disminución de la densidad ósea.
Además, se han descrito enfermedades zoonóticas en este grupo de animales –enfermedades que puede transmitirse de los animales al ser humano y viceversa– de origen bacteriano, vírico y fúngico. En un estudio, tres pacientes humanos estaban infectados con brucelosis de mamíferos marinos. No habían tenido contacto directo con ellos, pero todos habían consumido marisco crudo.
Efectos neurotóxicos de los contaminantes
La mayoría de estas especies son altamente inteligentes, con comportamientos y estructuras sociales complejas y con un alto desarrollo de la corteza cerebral.
Hay contaminantes que pueden producir efectos a nivel del sistema nervioso central incluso en concentraciones extremadamente bajas. El sistema nervioso central es una de las partes más sensibles del organismo. Los daños a este nivel pueden desencadenar otro tipo de consecuencias que, junto con alteraciones en otros sistemas esenciales, pueden llevar a la disminución de las poblaciones. Una situación especialmente alarmante para los mamíferos marinos más vulnerables.
Los efectos neurotóxicos de contaminantes ambientales en estas especies siguen siendo desconocidos hasta la fecha. Sin embargo, muchos estudios a nivel internacional sugieren que las concentraciones de algunas de estas sustancias, como ciertos metales, pueden estar relacionados con problemas neurológicos en el ser humano, como el autismo, el trastorno por déficit de atención y el alzhéimer.
Comprender cómo los contaminantes causan daños en la vida silvestre, los seres humanos y los ecosistemas es fundamental para conocer su verdadero impacto en la salud global del planeta.
Emma Martínez López, Profesora Titular de Toxicología, Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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