Pese a sus notables dimensiones, el registro fósil de Gigantopithecus es bastante exiguo: se conocen solo cuatro mandíbulas relativamente completas y en torno a unos 2 000 dientes aislados. De hecho, todavía no ha aparecido ningún hueso perteneciente a su esqueleto postcraneal, pese a casi nueve décadas de búsqueda infructuosa.
En el orden de los primates –más de 500 especies, distribuidas en 79 géneros y 16 familias– cabe un amplio muestrario de pesos y tamaños: desde los 30 gramos del lémur pigmeo (Microcebus myoxinus) a los más de 150 kilos de los machos de gorila oriental de planicie (Gorilla beringei graueri).
Pero dicho rango fue aún mayor en el pasado. Concretamente, la masa de algunos lémures terrestres subfósiles de Madagascar, desaparecidos en tiempos históricos tras la llegada de los humanos a esta isla, pudo rebasar los 200 kg. Es el caso de Archaeoindris fontoynontii.
El récord, sin embargo, lo ostenta el simio asiático extinto Gigantopithecus blacki, con una estatura calculada en torno a tres metros y una masa corporal estimada de hasta 300 kg.
Un rastro exiguo
Pese a sus notables dimensiones, el registro fósil de Gigantopithecus es bastante exiguo: se conocen solo cuatro mandíbulas relativamente completas y en torno a unos 2 000 dientes aislados. De hecho, todavía no ha aparecido ningún hueso perteneciente a su esqueleto postcraneal, pese a casi nueve décadas de búsqueda infructuosa. Esto dificulta estimar con precisión sus hábitos posturales y dimensiones corporales. La razón es que aunque el tamaño de la dentición se relaciona con el del cuerpo, las dimensiones de los dientes también dependen del tipo de alimentación.
El hallazgo inicial de Gigantopithecus se produjo en una botica de Hong Kong, donde el antropólogo alemán Gustav Heinrich Ralph von Koenigswald descubrió unos fósiles que se vendían como “dientes de dragón”. Estos especímenes, al igual que ocurría con los dientes de Homo erectus y otros fósiles muy relevantes, se usaban tradicionalmente en la farmacopea china por sus supuestas propiedades medicinales, en forma de polvo.
El descubrimiento dio lugar a una búsqueda intensiva, aunque poco fructífera, de fósiles de la especie extinta, lo que condujo al descubrimiento de 22 cuevas con restos conservados in situ. Estos yacimientos se ubican en dos áreas de la provincia de Guangxi, en el sur de China: Chongzuo y la cuenca de Bubing.
Examen concienzudo de los fósiles
El trabajo que ahora nos ocupa se acaba de publicar en la revista Nature. En él se analizan buena parte de los fósiles disponibles de Gigantopithecus blacki, así como los de una especie de orangután coetánea también extinta, Pongo weidenreichi, cuya masa corporal era un 20 % mayor que la del orangután actual.
Los investigadores han datado los fósiles y los depósitos sedimentarios de las cavidades cársticas (cuevas) que los contienen usando seis técnicas radiométricas diferentes; entre ellas, dos variantes del método de luminiscencia, la resonancia de espín y las series de uranio.
También han efectuado estudios microestratigráficos y han analizado el polen fósil, los restos de carbón conservados en el sedimento y la abundancia de isótopos estables (esto es, variantes de un mismo elemento químico que presentan diferente masa atómica). Por último, han examinado los patrones de microdesgaste de la superficie oclusal de los dientes de Gigantopithecus blacki y de Pongo weidenreichi, para obtener pistas sobre la alimentación de ambas especies.
Gigantopithecus se queda sin árboles
Las 157 estimaciones de edad obtenidas para las 22 cavidades que se han estudiado abarcan un amplio rango cronológico, entre 2,3 millones y 49 000 años atrás. En el caso de Gigantopithecus blacki, estos datos permiten situar su desaparición en una horquilla temporal de entre hace 295 000 y 215 000 años. Los análisis del polen muestran que, con anterioridad a dicho intervalo, la vegetación predominante del territorio habitado por Gigantopithecus estaba compuesta por especies arbóreas de las familias Pinaceae (abetos, cedros y pinos), Fagaceae (castaños, hayas y robles) y Betulaceae (abedules, alisos y avellanos).
En el lapso temporal inmediatamente anterior a la extinción de Gigantopithecus esa vegetación es reemplazada por especies arbóreas propias de un medio ya más abierto, dando luego paso a un claro predominio de helechos y pastizales. También se registra un aumento de carbones en el sedimento, lo que sugiere un incremento en la frecuencia de los incendios forestales. Todo esto indica un cambio profundo del ecosistema, marcado por una aridificación progresiva y un clima de carácter más estacional.
Los análisis de los fósiles proporcionan más información relevante. Así, los isótopos estables de carbono y oxígeno (cuyas frecuencias se relacionan con la vegetación de la que se alimentaban ambas especies de simios y con sus fuentes de agua, respectivamente) apenas cambian a lo largo del tiempo en el orangután, pero sí lo hacen en el caso de Gigantopithecus blacki. La reducción de las zonas arboladas forzó un cambio en su dieta, hasta entonces basada principalmente en frutos.
Igualmente, los estudios de microdesgaste dental no indican variaciones temporales en la alimentación de Pongo weidenreichi. En cambio, Gigantopithecus blacki habría cambiado su dieta hacia un menú basado en recursos vegetales más abrasivos y menos suculentos. Esto vino acompañado por un aumento en las dimensiones de la dentición del simio gigante y, posiblemente, por un descenso también en su población, según sugiere la menor abundancia de dientes fósiles en esas cronologías.
Extinto por inanición
En definitiva, el estudio apunta a que la extinción de Gigantopithecus blacki, adaptado a los bosques densos de follaje permanente, se produjo por un aumento en la variabilidad ambiental y en la estacionalidad del clima. Como resultado, este simio gigante se habría visto forzado a consumir una menor variedad de productos vegetales que, además, le aportaban menos valor nutricional. Así lo muestra el análisis de las bandas de crecimiento en el esmalte de los dientes fósiles, más marcadas.
Tales condiciones habrían resultado menos estresantes para el orangután, al tratarse de una especie menos especializada que Gigantopithecus. Su menor tamaño y sus hábitos más arborícolas posiblemente le permitieron desplazarse más fácilmente.
En cambio, el cuerpo voluminoso de Gigantopithecus, su menor movilidad y sus tiempos de recambio generacional más prolongados probablemente sellaron su destino. El único testimonio de su presencia son sus grandes dientes fosilizados, probablemente los que alimentaron la leyenda del yeti en Asia.
Paul Palmqvist Barrena, Catedrático de Paleontología, Universidad de Málaga
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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