Actualmente, las islas mediterráneas, su mar y las costas continentales colindantes son el hogar de miles de organismos. No obstante, antes de que los humanos las invadieran, estaban pobladas por mamíferos de aspecto y tamaño insólitos, como los conejos y los erizos gigantes.
Desde que los humanos somos humanos, hemos sido aniquiladores de ecosistemas. Nuestras acciones, tanto directas como indirectas, entre ellas la caza o la introducción de patógenos, han empujado a muchas especies al ocaso final.
Actualmente, las islas mediterráneas, su mar y las costas continentales colindantes son el hogar de miles de organismos. Se trata de uno de los puntos de biodiversidad más importantes del planeta, con 13 000 plantas y más de 600 animales propios de esta región.
No obstante, antes de que los humanos las invadieran, las islas mediterráneas estaban pobladas por mamíferos de aspecto y tamaño insólitos, como los conejos y los erizos gigantes. En muchas ocasiones, las acciones del hombre fueron el detonante que conllevó la extinción de estas asombrosas criaturas. Hoy, solo el estudio de sus fósiles puede hablarnos de ellas.
Los conejos y picas gigantes del Mediterráneo
Nuralagus rex era un conejo gigante que habitó la isla de Menorca (islas Baleares) durante el Plioceno inferior, hace 5,3-3,6 millones de años. Tenía las orejas pequeñas y redondas, y pesaba alrededor de unos 8 kilos, con un esqueleto macizo y robusto. Con este extraordinario tamaño, se considera uno de los conejos más grandes que han existido jamás en estado salvaje.
Además de su tremenda constitución, Nuralagus se movía lentamente y, aunque parezca sorprendente, no era capaz de saltar o brincar. Sus ojos eran pequeños, poco agudos a nivel visual, y tenía el sentido de la audición mermado. La verdad es que todos estos atributos no le hacían falta, porque Menorca carecía de carnívoros que lo pudieran perseguir y dar caza en esa época.
Por el contrario, Nuralagus sí tenía unas manos y pies con dedos largos y curvos. Se trataba de un conejo con grandes habilidades para la excavación. Esta destreza le permitía encontrar alimentos escondidos en la tierra, como los bulbos o las raíces, a los que otros habitantes de la isla no podían acceder.
Por otro lado, Prolagus sardus, pariente de las actuales picas o conejos de roca, habitó la isla de Cerdeña (Italia) desde el Pleistoceno medio (hace 780 mil años) hasta la época romana. Era una especie muy abundante y destacaba por su complexión grácil y orejas redondas. Su peso era de aproximadamente 800 gramos. Aunque no llegara al kilo, se considera un verdadero gigante ya que su tamaño es aproximadamente entre siete y ocho veces el de una pica actual (100-150 gramos).
Este animal no tenía mucha aptitud para correr, pero sí era hábil excavando, escalando y trepando por zonas abruptas. Estas características le permitían habitar las regiones más rocosas de Cerdeña, donde podía esconderse y camuflarse. Además, era una especie longeva, con una supervivencia mínima de unos ocho años. Este valor es sorprendente tratándose de una pica salvaje.
Los humanos tuvieron un papel relevante en su extinción. Las poblaciones sardas lo consideraban una presa fácil y lo cazaban de forma indiscriminada.
Además, Prolagus sardus se vio gravemente afectado por la llegada de especies introducidas por el hombre. Algunas de ellas eran depredadores (como los gatos), otras competidores (como las ratas), pero también llegaron nuevos patógenos a los que jamás habían estado expuestos. Estos seguramente provocaron significantes epidemias de gran mortandad entre las poblaciones de Prolagus sardus.
Además de estas dos emblemáticas especies gigantes, otros conejos y picas de gran tamaño también habitaron otras islas del Mediterráneo hace miles o millones de años. Destacan Sardolagus obscurus, Hypolagus balearicus, Prolagus imperialis, entre muchas otras.
Los erizos peludos gigantes de la paleoisla de Gargano
Durante el Mioceno tardío (hace entre 7 y 5 millones de años), la actual península de Gargano (Italia) era una isla cercada por el mar. Entre su fauna destacaban los erizos peludos gigantes, pertenecientes al género Deinogalerix. Algunos eran verdaderos colosos, que podían llegar a pesar hasta 5 kilos. Se trata de los erizos peludos más grandes que han existido jamás.
Además, se caracterizaban por tener unas patas cortas y robustas que no favorecían su rapidez en el desplazamiento por tierra. Destacaban su cabeza grande y su hocico prolongado. Tenían unos dientes incisivos afilados, seguidos de unos molares masivos. Aunque a simple vista parecen grandes depredadores, su dieta se basaba en los insectos y la carroña.
Las especies de Deinogalerix tenían muy buen olfato, además de un gran oído. A principios del Plioceno, la paleoisla de Gargano fue anegada por el mar y quedó sumergida en el Mediterráneo. Esto supuso la extinción de Deinogalerix y de las otras especies que ahí habitaban, como los rumiantes de cinco cuernos.
¿Por qué hubo tantos gigantes isleños?
Los mamíferos gigantes y enanos son comunes en los ecosistemas de las islas. Este fenómeno evolutivo también se observa en aves y reptiles. Sin embargo, muchas de estas especies se han extinguido. Un ejemplo son las aves elefante de Madagascar, que podían llegar a medir 3 metros de alto y pesar más de 700 kilos.
Por suerte, algunas de estas singulares criaturas han sobrevivido hasta hoy día y las podemos observar en la naturaleza. Este es el caso del enorme dragón de Komodo, que puede alcanzar un peso de más de 150 kilos.
Las islas son ecosistemas muy distintos a los continentes. En primer lugar, su menor tamaño hace que alberguen menos recursos naturales. Asimismo, como están rodeadas por mar, las especies residentes no pueden migrar en búsqueda de paraderos más fructíferos. Por eso, las islas son ecosistemas con poca energía y bajo número de especies.
Además, su área limitada previene que puedan establecerse poblaciones de grandes carnívoros. Estos requieren de vastas extensiones de tierra. Esta ausencia libera a las especies herbívoras de las islas de sus enemigos naturales. Todas estas características explican los llamativos cambios morfológicos y biológicos de las especies insulares.
Blanca Moncunill Solé, Investigadora posdoctoral, Universidade da Coruña
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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