Los romanos también tenían sus fiestas de difuntos e historias de fantasmas. En general creían en la existencia del alma y el más allá. En el centro de sus creencias sobre la muerte estaban los ritos funerarios.
El 1 de noviembre se celebra la fiesta cristiana de Todos los Santos y tradicionalmente se visitan los cementerios para honrar a los difuntos. Por la influencia del cine y las series americanas también hemos adoptado la fiesta de Halloween, y el 31 de octubre podemos ver a los más jóvenes disfrazados de seres espectrales.
Los romanos también tenían sus fiestas de difuntos e historias de fantasmas. En general creían en la existencia del alma y el más allá. En el centro de sus creencias sobre la muerte estaban los ritos funerarios. Muchas de las apariciones fantasmales que encontramos en la literatura tienen su origen en la falta de un enterramiento adecuado.
¿Cómo llamaban los romanos a los fantasmas?
Fantasma viene del griego a través de latín (phantasma). La palabra está etimológicamente relacionada con “fantasía” y también con “fenómeno”. Sin embargo, los autores latinos prefieren otros términos como umbra (“sombra”), idolon o imago (“imagen”) y simulacrum. Estos tres últimos hacen referencia a que el fantasma se asemeja a un ser humano sin serlo.
Cuando el fantasma es hostil y aparece con la intención de hacer daño, la palabra usada es larva. El término lemures alude a unos espíritus malignos y nocturnos. Curiosamente, el científico Linneo, formado en la lengua y literatura latinas, dio este nombre a los lémures, famosos primates de Madagascar.
Culto a los ancestros y fiestas relacionadas con los espíritus de los muertos
Las almas de los muertos reciben en latín el nombre de Manes. Por eso, la mayoría de las inscripciones funerarias romanas comienzan con la abreviatura D M (Dis Manibus, “a los dioses manes”).
Los romanos recordaban y veneraban a sus ancestros durante la fiesta de los Parentalia a mediados de febrero: el último día de esta festividad se celebraban los Feralia, rito que consistía en llevar ofrendas a las tumbas de los muertos.
El poeta latino Ovidio nos habla en su obra Fastos de otros rituales de carácter privado, los Lemuria, para apaciguar a los lemures. En esa misma obra cuenta una leyenda: una vez no se celebró la fiesta de los Parentalia debido a la guerra, por lo que los ancestros salieron de sus tumbas y recorrieron aullando la ciudad y los campos. Los romanos ya no se volvieron a olvidar de los ritos debidos.
Almas en pena: los fantasmas en la literatura
Cuando Odiseo viaja al país de los muertos para hablar con el adivino Tiresias, se encuentra allí con su compañero Elpénor. Este había muerto por accidente en la casa de Circe. Elpénor le pide que le dé sepultura y celebre sus exequias. En la Ilíada, el espíritu de Patroclo se aparece a Aquiles en sueños para pedirle que lo entierre: no puede cruzar las aguas infernales para unirse al resto de almas.
También en la literatura latina hay almas en pena que no pueden cruzar al otro lado. Encontramos la típica casa encantada, habitada por un fantasma que desaparece en cuanto recibe una sepultura digna. Plauto presenta en La comedia del fantasma el ardid del esclavo Tranión, quien hace creer al dueño de la casa que está maldita, encantada, habitada por el fantasma de un hombre asesinado allí a traición y enterrado de forma clandestina.
En un contexto más serio, Plinio el Joven cuenta en su carta VII 27 otra historia de una casa encantada en Atenas. El texto puede leerse como un relato gótico en potencia.
El fantasma (idolon) de un anciano, escuálido y sucio, aparece todas las noches con ruido de cadenas. Muertos de miedo, sus dueños abandonan el hogar. El filósofo Atenodoro compra la casa y pasa allí la noche estudiando, imperturbable ante la aparición del espectro. Este le hace una señal para que le siga, pero el filósofo indica que se espere: está trabajando. Cuando finalmente le hace caso, el fantasma desaparece. A la mañana siguiente manda cavar en el lugar en el que se desvaneció y encuentra un esqueleto rodeado de cadenas. Tras enterrarlo dignamente, la casa queda liberada del fantasma.
Los fantasmas como portadores de información
Los fantasmas saben más que los vivos, no solo del presente sino también del futuro. En la tragedia griega las apariciones espectrales servían con frecuencia para hacer avanzar la trama, proporcionando información. La tragedia romana, más proclive a lo truculento y lo maravilloso, también recurre a estos personajes de ultratumba. Buena prueba de ello son las obras de Séneca, que dejaron su clara impronta sobre Shakespeare.
En la Eneida de Virgilio, Eneas se entera de que Troya está en llamas porque se lo dice en sueños el fantasma de Héctor. Después, mientras Eneas busca a su esposa Creúsa por la ciudad, se le aparece su fantasma (imago), quien le habla de su futuro en Italia.
Ovidio, en sus Metamorfosis, cuenta la historia de Céix y Alcíone. Cuando Céix fallece en un naufragio, el dios Morfeo adopta su forma y su voz y se presenta en sueños a Alcíone para anunciarle su muerte. También encontramos fantasmas que revelan la identidad de sus asesinos en Cicerón (Sobre la advinación) y Apuleyo (El asno de oro).
Fantasmas aterradores
En El asno de oro se cuenta la historia de una mujer adúltera quien, abandonada por su marido, panadero, recurre a una bruja. Esta envía un fantasma (larva) al hombre para atormentarlo. Así, una mujer vestida con harapos, descalza, demacrada y pálida, con cabellos desgreñados y sucios de ceniza que le cubren la cara se aparece en el molino y se encierra con el panadero. Los sirvientes lo encuentran más tarde ahorcado y no ven rastro de la mujer. Es el propio fantasma del panadero, con la soga al cuello, quien se aparece en sueños a su hija y le revela el terrible crimen de su esposa.
Con todo, los fantasmas no se limitan a los relatos de ficción. Cuenta Suetonio que Nerón vivía mortificado por haber asesinado a su madre Agripina y confesaba que lo atormentaba su fantasma.
Hay muchas más apariciones espectrales en la literatura latina y su influencia en la literatura posterior es innegable. No sabemos si de verdad los romanos creían en los espectros pero sí podemos intuir que, como a nosotros, les gustaba una buena historia de fantasmas.
Rosario Moreno Soldevila, Catedrática de Filología Latina, Universidad Pablo de Olavide
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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