Ánforas, monedas, esculturas, herramientas de navegación, incluso los propios barcos hundidos, nos cuentan secretos de su cultura, sus vicisitudes, sus sueños y su momento histórico.
En su ansia incontenible de explorar y abrir nuevas vías de comunicación, el ser humano es navegante por naturaleza. En sus aventuras en mares, ríos, lagos y océanos, desde hace milenios ha ido dejando un reguero de pistas, invisible a simple vista, descansando en el lecho subacuático.
Ánforas, monedas, esculturas, herramientas de navegación, incluso los propios barcos hundidos, nos cuentan secretos de su cultura, sus vicisitudes, sus sueños y su momento histórico.
Esto es precisamente lo que estudia la arqueología subacuática y marítima: el pasado histórico y la cultura material inherente a la relación entre las sociedades humanas y el océano. La investigación de este patrimonio, disperso en los fondos marinos, en áreas costeras e intermareales y en otros diversos cuerpos de agua, está aún repleta de enigmas a la espera de respuestas.
El arqueólogo marítimo y subacuático es un científico que debe aplicar los métodos de la arqueología clásica al medio marino, convirtiéndose en arqueólogo buceador.
El principal reto es aplicar siempre un protocolo en consonancia con las leyes nacionales e internacionales sobre el patrimonio, como la Ley de Patrimonio Histórico español (1985) o la Convención de la UNESCO de 2001, que el Estado español ratificó en 2007.
En España, las comunidades autónomas salvaguardan que estas leyes se cumplan. De ahí que para llevar a cabo una prospección o excavación primero se deba pedir autorización a las autoridades competentes y aplicar los métodos y las técnicas.
Proteger los hallazgos, la primera regla
Las principales tareas van siempre encaminadas a la localización y protección in situ de tal patrimonio. La excavación arqueológica es invasiva con un yacimiento, por lo que siempre debe ser una opción muy meditada, que cuente con las garantías de su total documentación y conservación.
Investigar en el mar tiene sus límites y su metodología, la cual debe ser adecuada dependiendo del entorno marino, la profundidad, el estado de los propios restos o si hay amenaza de expolio.
Como ciencia, la arqueología subacuática ha ido desarrollándose al ritmo de los avances tecnológicos, como el desarrollo del equipo autónomo de respiración bajo el agua (SCUBA), las técnicas de teledetección para la localización, identificación y documentación de restos, el uso de fotografías aéreas o técnicas geofísicas.
La tarea de excavación normalmente implica el uso de bombas de succión, supervisado de forma cuidadosa a la hora de registrar bajo el agua tanto estructuras como objetos y artefactos, con el fin de fotografiar y catalogar toda la información.
En caso de extracción supervisada, objetos y artefactos deben ser depositados en museos y siempre es necesario recabar permisos de las autoridades competentes para extraer muestras para su estudio.
Cementerios de barcos
Son objeto de esta ciencia aquellos enclaves terrestres, generalmente situados en costas o en estuarios de ríos, relacionados con embarcaciones y su construcción, cementerios de barcos, depósitos de maderas utilizadas con fines industriales o, incluso, restos de embarcaciones y estructuras portuarias que, a menudo, no están solo bajo las aguas sino también en tierra, bajo varios metros de sedimentos.
Asimismo, todo vestigio de actividades humanas relacionadas con el mar y el avituallamiento de sus recursos, como la pesca, la carpintería de ribera y otras industrias en zonas litorales, entran dentro de sus competencias. También, cualquier huella antrópica en lagos, ríos, pantanos, cuevas, cenotes o pozos de agua. Además, existe una arqueología de las profundidades, la cual requiere tecnologías avanzadas.
Una excavación subacuática se aborda mediante unas fases de prospección, documentación y excavación. El pecio o barco hundido es el yacimiento subacuático más paradigmático, relacionado con el evento del naufragio, derivado de causas diversas: climatológicas, impericia de los pilotos o desconocimiento de la geografía en las zonas de arribadas de los barcos, especialmente durante los siglos en los que la cartografía del planeta Tierra estaba en proceso de elaboración.
La aventura de la navegación
El mayor desafío es poder conectar la información histórica con los datos arqueológicos, en su contexto medioambiental, geográfico y físico. Conocer el entorno natural y cultural en la época de un naufragio guiará al arqueólogo marítimo a comprender el origen y proceso en la formación de un yacimiento, su evolución postdeposicional, su contexto geológico y patrimonial.
Relacionando ambos tipos de información, histórica y arqueológica, conocemos cuestiones relacionadas con la aventura de la navegación. Qué clima había, cómo era la propia percepción del mar y del océano por parte de los navegantes, qué tipo de herramientas tenían, tanto de uso en escalas portuarias como en la navegación de altura.
Podemos acercarnos a la vida de sus tripulantes, al comercio marítimo de la época, a las rutas de navegación, a reconstruir acontecimientos históricos. Relevante es conocer el impacto que este conocimiento del océano provocó en la tecnología naval, la construcción de embarcaciones aptas para la odisea del mar y la transferencia de este conocimiento entre comunidades y regiones.
Alfabetización que viene del mar
El futuro del océano ha incluido la ocean literacy, algo así como alfabetización que viene del mar. Es un hermoso concepto, pero necesitamos la confluencia y la colaboración entre patrimonio natural y cultural en el océano. Son solo uno, pues la acción antrópica se ha ido reforzando desde hace milenios y a veces es difícil deslindar ambos.
La conservación del legado subacuático tiene aún una larga lista de tareas pendientes, pero todo depende de recursos y medios y de la formación continua de buenos profesionales. Hay muchos yacimientos en aguas territoriales españolas que necesitan de recursos para poder ser estudiados como se merecen.
En las últimas décadas, han proliferado los estudios relacionados con el impacto ambiental en las obras marítimas y portuarias, dando así pie a la localización e identificación de restos patrimoniales. En este sentido, debemos desterrar la palabra tesoro para su respeto, protección y conocimiento. La divulgación de la existencia del patrimonio subacuático debe invitarnos a reflexionar sobre nuestra presencia en la historia oceánica de nuestro planeta.
Ana Crespo Solana, historiadora e investigadora científica del CSIC, es autora del libro ‘Arqueología subacuática y patrimonio marítimo’ (Madrid, CSIC; La Catarata, 2024) en la Colección “¿Qué sabemos de?”.
Ana Crespo Solana, Profesora, Investigadora Científica del CSIC, Doctora en Historia, especialista en Arqueología Marítima, Instituto de Historia (IH - CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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